A veces veo

Recuerdo a aquel niño que susurraba al bueno de Bruce Willis aquello de «a veces veo muertos». Pues bien, yo tengo aún dentro de mí a mi niño interior que me susurra continuamente «a veces veo tuertos».
¿O es que los que me rodean no se dan cuenta que tienen ante sí un problema y no lo ven en su auténtica y completa crueldad?
Soy actor y tengo la osadía de decirte que, dentro de poco, todos los que son como yo no existirán.
Mi carne y mis huesos, mis pensamientos, mis lágrimas y mis carcajadas ya no serán mías. Como tampoco serán suyas las palabras de los que escriben mis personajes y las encumbran hacia tu cerebro para que los escuches y los veas como reales.
Ni nadie real registrará mis movimientos, mis gestos, mis liberaciones en un grito de exaltación o dolor eterno, ni habrá nadie que les dé sentido en la concatenación de experiencias de los que me acompañen en la aventura.
No seré yo ni serán ellos porque los tuertos han decidido mirar con un solo ojo, sin saber que más adelante quedarán ciegos por la osadía de confiarlo todo a unas entelequias sin estómago, que no lloran ni ríen ni, menos aún, sienten pinchazos de desesperanza en el corazón, porque no lo tienen. Y estarán ciegos, aunque crean que ven, porque lo que contemplen no será parte de este maravilloso mundo real.
Mis personajes no tendrán parte de mí ni serán parte de mí, porque lo más seguro es que no sea yo… a quien veas en la pantalla.

Imagen de Mostafa Meraji en Pixabay

Negacionistas

¡Qué sudor!

¡Qué calor!

¡Qué estupor!

¡Qué engaño!

¡Qué negación!

¡Qué desatención!

¡Qué tensión!

¡Qué inacción!

¡Qué manipulación!

¡Qué osadía!

¡Qué traición!

Imagen de sippakorn yamkasikorn en Pixabay

Dios Dinero

   Si tenía dinero, era para disfrutarlo.

   Y si tenía muchísimo dinero no era para derrocharlo sino para vivir experiencias irrepetibles, porque lo que tenía claro es que nadie había vuelto para asegurarle que había otra vida después de ésta.

   Las perversiones normales, las que estaban más al uso entre los que eran como él, ya no le satisfacían, y buscaba nuevas experiencias que inyectaran más adrenalina de lo normal a su cerebro.

   La libertad de no haber caído en la trampa del matrimonio le había permitido experimentar todo lo inimaginable con su sexo y el de los demás.

   El anonimato que le brindaba el chorreo continuo de sobornos a políticos e integrantes de las fuerzas de seguridad, había hecho que sus ansias sadomasoquistas no alcanzaran un umbral razonable. Pero siempre quería más, y al querer más, veía menguado el universo de tentaciones.

   Todo y todos tenían un precio y él, por ahora, estaba dispuesto a pagarlo.

   La vida de los otros era un cheque en blanco, pero la muerte de los demás era algo más que el poder de un dios, el que él personificaba cuando le daba en gana.

 

(Nota del autor: Este relato se lo dedico a Fernando García Mediano, padre de Miriam, una de las niñas asesinadas en Alcàsser, por ser un auténtico buscador de la Verdad y la Justicia, tan falta en este país llamado España)