A veces veo

Recuerdo a aquel niño que susurraba al bueno de Bruce Willis aquello de «a veces veo muertos». Pues bien, yo tengo aún dentro de mí a mi niño interior que me susurra continuamente «a veces veo tuertos».
¿O es que los que me rodean no se dan cuenta que tienen ante sí un problema y no lo ven en su auténtica y completa crueldad?
Soy actor y tengo la osadía de decirte que, dentro de poco, todos los que son como yo no existirán.
Mi carne y mis huesos, mis pensamientos, mis lágrimas y mis carcajadas ya no serán mías. Como tampoco serán suyas las palabras de los que escriben mis personajes y las encumbran hacia tu cerebro para que los escuches y los veas como reales.
Ni nadie real registrará mis movimientos, mis gestos, mis liberaciones en un grito de exaltación o dolor eterno, ni habrá nadie que les dé sentido en la concatenación de experiencias de los que me acompañen en la aventura.
No seré yo ni serán ellos porque los tuertos han decidido mirar con un solo ojo, sin saber que más adelante quedarán ciegos por la osadía de confiarlo todo a unas entelequias sin estómago, que no lloran ni ríen ni, menos aún, sienten pinchazos de desesperanza en el corazón, porque no lo tienen. Y estarán ciegos, aunque crean que ven, porque lo que contemplen no será parte de este maravilloso mundo real.
Mis personajes no tendrán parte de mí ni serán parte de mí, porque lo más seguro es que no sea yo… a quien veas en la pantalla.

Imagen de Mostafa Meraji en Pixabay

Arte Dramático

En mi juventud quise estudiar Arte Dramático pero mi padre prefirió pagarme estudios universitarios en dos carreras que nunca terminé. 
Mi amor por la interpretación y la música me han llevado, más de treinta años después, a hacer convivir esta vocación con la de escritor literario, en mis apariciones en más de treinta salas de Madrid, realizando uno o dos números musicales acompañados por mi teatralidad cómica, por mi vestuario fuera de normas estéticas, y por mi voz y bailes inesperados, reinterpretando, a mi manera, algunos clásicos de la música moderna, o leyendo poesías o microrrelatos propios en algunos epicentros de la literatura en Madrid.
Aparezco en ellos cuando menos se espera y nadie sabe nunca qué voy a hacer encima del escenario.

Yo, como artista underground, siendo más preartista y postartista que actor, o cantante, o escritor, o rapsoda o performer conocido en el maistream, tengo mis inquietudes y saben los que me han visto, y sufrido, actuando, que publico una pequeñísima parte de todo lo que hago, para no saturar al personal (debido a esa enfermedad que tengo llamada hipercreatividad, de la que no quiero curarme nunca).
Mi profesión no me permite dedicar todo el tiempo que quiero a mi vocación artística, pero no desisto en  vivirla con muchas emociones, por si acaso salta la liebre y me descubre un productor de Hollywood o de Málaga.
Soy Archimaldito.

Modarchimaldita

El actor sin acto

Teatro abierto. Mundo abierto. Telón levantado. Y las ocurrencias sin sentido de un individuo arrepentido del papel que ha aceptado, ante la mirada amenazante del director de escena, porque su vida vacía se lo merece. Y como no hay marcha atrás, al pasado continuamente cambiante, se aprende el libreto, para intentar convencerse que su vida tiene una finalidad en el Universo.
Pero el teatro sigue vacío, y quizás nadie acuda, porque las entradas, demasiado caras, no se las puede permitir nadie.
Y los diálogos que tiene que memorizar, tan insulsos que da pereza aprendérselos, no dan sentido al mundo abierto que, segundo a segundo, va clausurando  sus puertas de acceso. Y cuando el mundo se apague, no porque no haya luz que lo ilumine, sino porque las escenas repetitivas lo asesinan, él, como todos los otros, los miles de millones de otros, se fundirá en la nada, disgregándose en la mezquindad de los dioses, los directores de la obra desasosegante.
Y el telón bajará para volver a levantarse. Periódicamente. Sin prisa. Sin pausa. Sin remedio.

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