A veces veo

Recuerdo a aquel niño que susurraba al bueno de Bruce Willis aquello de «a veces veo muertos». Pues bien, yo tengo aún dentro de mí a mi niño interior que me susurra continuamente «a veces veo tuertos».
¿O es que los que me rodean no se dan cuenta que tienen ante sí un problema y no lo ven en su auténtica y completa crueldad?
Soy actor y tengo la osadía de decirte que, dentro de poco, todos los que son como yo no existirán.
Mi carne y mis huesos, mis pensamientos, mis lágrimas y mis carcajadas ya no serán mías. Como tampoco serán suyas las palabras de los que escriben mis personajes y las encumbran hacia tu cerebro para que los escuches y los veas como reales.
Ni nadie real registrará mis movimientos, mis gestos, mis liberaciones en un grito de exaltación o dolor eterno, ni habrá nadie que les dé sentido en la concatenación de experiencias de los que me acompañen en la aventura.
No seré yo ni serán ellos porque los tuertos han decidido mirar con un solo ojo, sin saber que más adelante quedarán ciegos por la osadía de confiarlo todo a unas entelequias sin estómago, que no lloran ni ríen ni, menos aún, sienten pinchazos de desesperanza en el corazón, porque no lo tienen. Y estarán ciegos, aunque crean que ven, porque lo que contemplen no será parte de este maravilloso mundo real.
Mis personajes no tendrán parte de mí ni serán parte de mí, porque lo más seguro es que no sea yo… a quien veas en la pantalla.

Imagen de Mostafa Meraji en Pixabay

Modarchimaldita

Cuando estuve estudiando Ciencias Geológicas en La Rábida (Huelva), en la Universidad de Sevilla (18 a 20 tiernos años), no estuve viviendo en la casa de mis padres, pues compartía una casa con otros estudiantes. En esa época empecé a vestirme con complementos y colores llamativos. En los intervalos vacacionales, en la que volvía a vivir bajo techo paterno, la censura era tal que tenía que volver a vestir de una forma seria y estándar.
Mi padre me llegó a decir que si seguía con mis «mariconadas» me tendría que ir de su casa. Acaté los deseos de mi padre por amor y por respeto. Yo le decía que no era gay (maricón en aquella época) y él me decía que no importaba lo que fuera sino lo que aparentaba.
Cuando me casé tuve un poco más de libertad en el vestir, pero no demasiada porque mi pareja es una persona muy clásica y reservada. Podía poner algún toque de color o de brillo, pero no demasiado.
Yo era «don camisetas» porque siempre me han gustado por su versatilidad y comodidad.
Y en el año 2016 vino la explosión.
Mi padre murió en julio y la depresión y la tristeza me hundieron. Mi hijo, músico, compositor y cantante, me animó a acompañarle en sus primeras actuaciones en jam sessions y performances (en La Juan Gallery) y se me abrió un nuevo mundo para alguien tan melómano como yo.
Y empecé a retomar mi libertad en el vestir. Al principio, mezclando mi vida familiar con la artística, hasta que mi esposa me hizo ver que debería dejar aparcado el personaje Archimaldito cuando estuviera con ella y sus amistades. Lo comprendí y solo me visto así o cuando estoy solo, o cuando voy a actuar (si ella me acompaña me apoyo en su buen gusto para combinación de prendas o colores).
Muchos creen que visto así por destacar o llamar la atención. Pero como le expliqué a mi hijo, en un WhatsApp, recientemente, después de haber ido a una muestra de arte performativa, en la que conocí a su novio:
«Espero no haber sido un pelmazo. Y siento haber ido con mi outfit. Solo me lo quito cuando voy con Mamá o trabajando.
Lo digo porque hay sitios en los que parece que quisiera llamar la atención. Paso de eso. Me siento libre vistiendo a mi manera.»

Esa es la razón principal: Me siento libre. Y mientras pueda conservar ese retazo de libertad personal seré un poquito más feliz.