Veo mi propia mano acercarse a mi rostro y causar dolor en las cuencas oculares mientras me desangro en la desdicha de lo irracional.
He claudicado ante la estupidez. He claudicado ante la imaginación de otro que no soy yo, pues no es mi mano la que me mutila sino mi corazón el que me trae desasosiego. El que me hace desear la propia muerte antes que la de los demás, aún sabiendo que podría ser así mi triunfo sobre el resto de la especie humana.