No sé nada de casi nada.
Y aun así me permito hablar cuando no me preguntan.
El respiro emocional de saberme escuchado. El envalentonamiento de mi ego precipitado tan a menudo en una depresión continua.
El saberme observado, aunque sea con ojos de burla. Buscando las réplicas para enzarzarme en pequeños duelos dialécticos que siempre pierdo, porque de nada sé y de todo hablo.
Mi soledad intrínseca me lo pide, clamando a gritos, para ser abandonada.
Tan infame, tan ridículo, tan tenaz.
Me salva de ser un despojo el saber escuchar a los demás cuando nadie habla.
Y me creo que soy alguien para alguien, aunque ese alguien nunca aparezca o siga escondido en el anonimato.
Viejo chocho. Vete ya con la murga a otra parte.

