Chocho

No sé nada de casi nada.
Y aun así me permito hablar cuando no me preguntan.
El respiro emocional de saberme escuchado. El envalentonamiento de mi ego precipitado tan a menudo en una depresión continua.
El saberme observado, aunque sea con ojos de burla. Buscando las réplicas para enzarzarme en pequeños duelos dialécticos que siempre pierdo, porque de nada sé y de todo hablo.
Mi soledad intrínseca me lo pide, clamando a gritos, para ser abandonada.
Tan infame, tan ridículo, tan tenaz.
Me salva de ser un despojo el saber escuchar a los demás cuando nadie habla.
Y me creo que soy alguien para alguien, aunque ese alguien nunca aparezca o siga escondido en el anonimato.
Viejo chocho. Vete ya con la murga a otra parte.

                  

La élite impúdica

Fin de las emociones y las transiciones entre pensamientos vedadas.

Sin importar a qué se parecen o qué pretenden, porque son inmaduros, porque no tienen consistencia.

Porque presumen de genialidad sin tenerla.

Asumiendo que los borregos humanos aplaudirán la desidia y el conformismo.

Teniendo bastantes razones para claudicar ante la apatía.

Porque no son valientes.

Porque no se arriesgan a nada. Van a lo fácil y no saben de lo difícil.

De lo difícil que es vivir. Y sin esfuerzos las emociones finalizan.

Y se creen elegidos por un ente inexistente.

Y presumen de una vida llena para desasosegar a los demás.

Para embaucar y engañarlos con un paraíso ficticio.

Tan irreal como su propia vida.

Tan vacío como la vida ajena.

Porque son inmaduros y los demás son frágiles. De corazón y de espíritu.

Y de eso se aprovechan.

Y de eso se jactan.

Y en eso se malgastan.

 

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