La estampida de los animales tiró abajo su casucha. Su primer disparo los aterrorizó. Muchos kilómetros al norte.
La estampida de los animales tiró abajo su casucha. Su primer disparo los aterrorizó. Muchos kilómetros al norte.
-¡Se trata de no dejar caer la manzana!
-¡Pero acabará cayendo por el peso!
-¡Se trata de no dejar caer la manzana, bajo ningún concepto!
-¡Pero la Naturaleza es sabia! ¡Busca prolongarse!
-Se trata de no dejar caer la manzana. ¡Sigue subido a la rama y cógela por el rabillo! ¡Y no mires hacia abajo!
El instinto cazador dominaba.
Intentaba controlarse pero le era imposible disimular su canibalismo, pues era la humana la única especie con la que se atrevía a desarrollar su espíritu de supervivencia.
Cuando ejecutaba, los posibles remordimientos se diluían con el convencimiento de que sus víctimas merecían su destino al considerar que los humanos eran los seres más cobardes y ruines de la Madre Naturaleza.
El césped crecía incontrolado. Y por mucho que lo cercenara la máquina, se imponía la rebeldía de la naturaleza, y resurgía impaciente con las puntas de las hojas queriendo alcanzar el cielo.
Y las botas de los jugadores se ralentizaban.
Y el presidente del club se preguntaba a quién se le había ocurrido la brillante idea de plantar en su campo aquella variedad.
Porque se temía, con razón, que tampoco en esta temporada pudieran utilizar aquel humilde estadio de fútbol.