Modelo económico

   Éste y otros gobiernos no deberían basar sus expectativas de resurgimiento económico en el Turismo, propio de países tercermundistas. Los países más potentes del mundo invierten en Investigación y Desarrollo y en una economía de mercado basada en la Industria. Grandes países que se hundieron en el pasado (Alemania, Japón) resurgieron de sus cenizas, nunca mejor dicho, apostando por la industrialización de la economía. Hitler, dejando de lado sus paranoias y esquizofrenias de asesino de masas, levantó un país que perdió toda su autoestima después de la Gran Guerra, logrando empleo para sus habitantes al 100 %, basándose en su fuerza como potencia industrial que, después de la II Guerra Mundial, han retomado sus gobernantes, a pesar del gran daño que causó la división en dos bloques.
   No sé por qué España tiene que seguir mirando al pasado basando su economía en la Ganadería, Agricultura y Turismo. Debería de dar un vuelco a esa mentalidad y desarrollar lo que los grandes países del mundo (justo los que están en el G7) explotan al máximo. 
   En los nuevos tiempos ultratecnológicos nuestros cerebros no deberían emigrar para engordar el desarrollo de esos países mencionados anteriormente. Deberían incentivar a todos los sabios que tenemos en todas las áreas para que se quedaran y levantaran este país. Los Bancos deberían ayudar al Gobierno para que esto fuera así. Por eso se dice que la inversión en Educación es una inversión en el futuro, pero no solamente de los individuos, sino de las naciones en las que viven esos individuos.
   Por qué estar siempre claudicando ante las pautas de los Mercados. Fue un error plegarnos a las condiciones asfixiantes del entonces llamado Mercado Común, hoy Unión Europea. La verdadera Revolución sería hacer impronta de la Marca España con nuestro verdadero poder: La Imaginación, la Inventiva, el Desarrollo de la Investigación.

 

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Ojos que no ven

   Empresas modelo, tanto en prestigio como en organización, y con resultados económicos apabullantes, incumplen tajantemente el mandato constitucional del respeto al derecho a la intimidad de todo ciudadano que accede a sus recintos. Son grandes emporios comerciales que vigilan, por nuestra seguridad, nuestros movimientos, porque de ellos depende el buen funcionamiento de la gran cadena de producción-oferta-demanda. Muchos de sus clientes lo dan por sabido y no les importa pero, ¿cuántos de ellos saben que se está atentando muy en serio contra sus derechos como persona?

   A la vista de cualquier tentado a incumplir el mandamiento divino sobre la apropiación indebida de lo ajeno están los dispositivos de seguimiento audiovisual, que registran la falta y sirven como testigos electrónicos del pecado, pero el que cae en el error es por falta de información, de picardía, de observación, o por abundancia de necesidad en su miseria.

   Los que honradamente deambulan por los pasillos de estos centros del consumismo ignoran la existencia de los otros ojos voyeuristas que los observan desde las alturas y que quizás no hagan tan buen uso de los datos que se les aportan, por no contar ya la función que los sufridos trabajadores que les atienden pueden estar representando para esos ojos anónimos.

   Tu firma, tus datos identificativos, todo lo que mantienes en secreto a la vista de tu interlocutor comercial, detallados, como si el voyeur estuviera presente a tu lado protegiéndose por su ideal invisibilidad, y los sonrientes, a veces forzados sonrientes, dependientes, que no sospechan que cada vez que se rasquen el culo, que se hurguen la nariz o que, simplemente, descansen in albis entre transacciones, alguien, en las alturas está tomando nota de sus poco ortodoxas maniobras particulares e íntimas, sobre todo íntimas.

    Pero ahí siguen, siendo empresas comerciales que continuamente toma el español como ejemplo de profesionalidad, de atención, de gallardía económica. Si supiera a costa de qué y de quiénes se están superando éstas en los tan cacareados rankings de beneficio anual, veríamos si les quedaban ganas de aportar su humilde granito de arena a esta parcela de la España que va tan bien. Pero ya lo dice el refrán: Ojos que no ven…

 

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No te voltees

   Con los “no te voltees” y “dame toda la plata que llevas encima” se apresuró a dictaminar que quien la estaba asaltando a plena luz del día era un desesperado emigrante víctima de la cada vez más profunda crisis económica.                                                 Los dos perros que estaba paseando sí se voltearon y enseñaron sus dientes al agresor. Ella no podía controlarlos por mucho que les ordenara callar, sin gritar para no provocar al asaltante, y tiraba de las correas para mantenerlos a una distancia prudencial de las piernas de aquél.                                                          -¡La dije que no se volteara! ¡La plata! ¡Y calle a esas fieras o los rajo a los tres!                                                       Él se lo había buscado. Nadie haría daño a sus dos amores, los que estaban acompañando sus últimos días.                                                                                       Le miró a los ojos, tan fieramente como sus canes, y sin pronunciar palabra, el asaltador bajó su mano y soltó la navaja dejándola caer al suelo con un minúsculo estrépito metálico. Y después huyó. A gran velocidad.                                                                                  Un testigo, en la precavida distancia, se acercó al lugar de la increíble escena y se atrevió a preguntar.        -Señora, lo he visto todo. Siento no haber acudido en su auxilio porque, lo reconozco, soy un cobarde. Eso y que tengo dos gemelos recién nacidos a los que alimentar. No creo que ése se amilanara por sus ruidosos defensores. Pero, ¿qué dijo usted para que cambiara de opinión?                                                           Los perros, callados, miraban, sentados sobre sus posaderas, a su ama, esperando también la respuesta para aquel enigmático desenlace.                                         Ella los miró, con una sonrisa dibujada en sus labios, pero, pareciendo maleducada, no respondió al curioso.    Le dejó con la incertidumbre. Era mejor así. Ya había mostrado, por ese día, suficientes veces, el auténtico rostro de la muerte. Esa con la que tenía concertada una próxima cita.                                                                      Y se volteó. Para dejarle con la palabra en la boca.          Perdonándole la vida.

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