Tus cinco dedos abiertos que van a marcar mi rostro con tu odio. Aunque lo enmascares con algo que dices que es amor.
Y cuando el paso del tiempo borre las huellas de tu insulto, éste quedará indeleble en mi corazón.
Cierro los ojos y aguanto la embestida de mis lágrimas, para que me veas fuerte, para que creas que no me importa.
Y luego volverás, como siempre, a pedirme perdón.
Y tendré que claudicar, autoconvenciéndome de que mi amor curará las heridas, insuflándome ánimos con la esperanza de que algún día cambiarás.
Consolándome, porque creo que nunca llegarás a matarme.