Voy a morir.
Sé que quiero morir y que voy a morir.
No voy a quitarme la vida pero sé que voy a morir.
No es que necesite morir. Es que voy a dejar de existir.
De pronto, cuando yo decida, dejaré de ser alguien para ser, simplemente, nadie.
Y no habrá nadie para ser testigo de mi voluntad.
Voy a morir. Es más, ya estoy muriendo mientras estoy escribiendo esto. No sé por qué lo estoy haciendo. Quizás para calmar mi conciencia. Pero es raro, porque estoy tranquilo. No tengo miedo. Ni atisbos de arrepentimiento.
Moriré pues. Porque está dicho, porque está predicho que así ocurra.
No siento nada parecido al rencor contra mí mismo. Ni contra los que me han imbuido esta idea, porque no es una idea, es un hecho.
Toca dejar de existir y lo acepto.
Así se decidió hace casi cuatrocientos años. Vivir más llamaría, de nuevo, la atención.
Quiero morir. Toca descansar y regenerar mi energía.
Cuando vuelva a nacer tendré otro aspecto y estaré en otro sitio a miles de kilómetros de aquí.
Los sondeadores recogerán mi cuerpo y se decidirá mi reciclaje íntegro.
Así volveré a formar parte del destino de los humanoides con los que quisieron que conviviera.
Ya siento las picovibraciones emocionales que llevarán a mi apagado interno. Y las ráfagas de lucidez darán paso a la nada estéril.
Quiero morir y voy a morir. Aunque quizás exista una palabra más adecuada para mi apagado temporal. Aunque… qué es el tiempo sino un vaivén de mi existencia.