Futuro compartido

   Sentía una fuerte punzada en el cuello y aquella mujer se comprometió a hacérsela olvidar. Con los ojos cerrados, imaginó un paraíso único en el que quería estar. Sin nadie más a quien escuchar ni ver. Integrándose en una vida de supervivencia. Sin tener que pensar en nada. Solo sufriría cuando las leyes de la Madre Naturaleza mostraran su crueldad. Rememoró de pronto imágenes filmadas de la extinta águila dorada atenazando con sus garras a su huidiza presa mientras surcaba majestuosamente los cielos incontaminados de una vetusta Tierra. Y le pareció que, aún así, aquella muerte se integraba en la perfección. Y trasladó esa imagen, en otros tiempos real, a su imaginación. Y se sorprendió tumbado sobre la hierba fresca de un extenso prado bajo la aguda mirada del águila de sus recuerdos, con el sonido del discurrir caudaloso de un inmaculado río a sus pies. Y viéndose a sí mismo en este estado sublime, decidió compartirlo con una mujer, el amor de toda su vida: su esposa. Y la veía echada a su lado, con los ojos cerrados, como degustando la paz que les rodeaba. Y la imitó.

   Y aunque la realidad era ahora tan distinta, se sintió feliz al notarse acariciado por las manos de su mujer. Y cuando entreabrió los párpados, la vio delante. Y Johanna le sonrió. Y el se sintió amado.

   Pero, aún así, pensó que no quería que ella llegara a conocer el sufrimiento en sus propias carnes. Siempre la había protegido de ese extremo. Si no jugaba bien sus cartas, tendría que elegir: sus propias felicidades o la de la humanidad entera. Y muy a su pesar, decidió qué escoger si se llegara a tal punto.

   El dolor muscular desapareció, pero fue sustituido por un nudo en el estómago.

   Johanna seguía masajeando, como si deseara relajar algo más que el cuerpo de su marido. Como si presintiera la batalla interior.

   -¿Qué te ocurre, cariño?

   -¿Recuerdas las videograbaciones en que aparecen imágenes del planeta rebosantes de vida?

   -Sí, Merdik, por supuesto. En la universidad utilizábamos antiguos reproductores láser para recuperarlas y hacer un examen exhaustivo de lo que contenían.

   -¿Y recuerdas el matiz del azul de los cielos que mostraban?

   -Cariño, ya sé a dónde quieres ir a parar. Pero en aquella época, tú no habías nacido aún. No te mortifiques más.

   -Del azul puro se pasaba al gris más oscuro y… llovía, ¿recuerdas?

   -Déjalo ya. Sé que cuando empezaron a querer remediarlo, era ya irreversible. Ahora, en cambio, no tenemos ya polución ni en el aire, ni en los mares y ríos.

   -Dirás, en lo que nos queda de agua. La evaporación fue desconcertante hasta para los más pesimistas. El efecto invernadero actuaba y abusaba.

   -¿Quieres dejarlo ya, por favor? ¿No pasó ya?  ¿No logró nuestra anterior generación rehacer la climatología? ¿No es un consuelo que, aunque las nubes se formen raramente, el ciclo se haya recompuesto? Confío en esta humanidad, ¿sabes? Creo saber que lleva en sus genes el aprender de sus errores.

   -Ojalá fuera tan fácil como dejarse confiar.

   Un beso selló momentáneamente su boca. 

  -No te preocupes, cariño, volverás a pensar sólo en mí.

 

(Nota del autor: Esto es un extracto de mi novela corta «Jamás y siempre a la vez»)

 

 

 

 

JAMÁS Y SIEMPRE A LA VEZ. SEGUNDA PARTE. CAPÍTULO 12. EL FINAL

EL FINAL

SEGUNDA PARTE

XII

-¡Os suplico, oh, queridos míos, que no sufráis mi pérdida! ¡A estas alturas vuestro desapego debe de estar ya maduro! ¡Y si no es así, ésta es la prueba que necesitáis para autocapacitaros en el no-sufrimiento por la ausencia del objeto amado!
Un millar de cuerpos comprimían bajo su peso un amplio sector del césped, blanqueado por los fríos copos estacionales, enmarcado en el gran patio del Gran Mandala de Recogimiento Universal.
En el punto central del mismo, Lam Am levitaba gracias a una inversión de campo gravitacional inducida en una pequeña plataforma circular.
-¡Dentro de pocas horas entraré en el Estado de Gracia!
El millar de gargantas corearon al unísono, cual mantra meditativo, el nombre de su salvador.
¡Lam Am no es, nadie es! ¡Pero servimos al Plan, y eso es lo importante! ¡No hay personalidades! ¡No hay protagonismos!
La vibración adquirida por el ambiente fue absorbida simultáneamente por los billones de células vivas presentes en ritual.
Y el cielo oscurecido por la noche profunda se tornó brillante, cegadoramente brillante, aunque los párpados bajados no permitieron la tortura de las pupilas. Había sido sembrada la semilla.
Lam Am moriría, pero tanto su muerte como su vida no serían en vano. Moriría feliz sabiendo que el trabajo continuaría por siempre de la mano de aquéllos que habían entendido las trascendentes razones del Plan.
Tras abandonar la levitación, creyó que se desvanecía.
Pensó que en menos de treinta minutos del horario unificado, debía retirarse a sus aposentos y cruzar el umbral que le llevaría al no ser, al no existir, y a la total expansión de su no ser ni existir. No siendo ni existiendo, sería todo a la vez. Y temía que volvería a integrarse en otro cuerpo, en otra energía quizás.
No apego. Lam Am ya era alguien olvidado. Quizá Johanna, después de su gran revelación, no sintiera nada por él. Eso era la perfección.
Pisó con sus descalzos pies la nieve de frío neutro a sus sentidos. Dejó tras de sí a la gran multitud de Aceptación, e ingresó en su retiro personal.
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Se acostó en la única habitación vacía de la que disponía. No era necesario opacar los ventanales. Ya la luz no le molestaba, pues él mismo era parte de esa luz.
Solo. Completamente relajado, se dejó llevar.
Ya Shainapr no aparecería.
Inspiró y espiró concienzudamente un centenar de veces.
Cuando finalizó la última tanda de respiraciones, anuló la función pulmonar.
Pensó en Johanna, y en la sangre que aún circulaba por sus venas y, voluntariamente, detuvo su corazón.
En su mente en blanco visualizó su idea energética de Dios. Cuando le agradeció el haber vivido, desactivó su encéfalo.
Y no se reconoció en un principio, pero era él el que se hallaba transformado en un halo refulgente que se precipitaba inconscientemente hacia un gran pozo de inmaculada blancura.
Y fue cuando se fundió con él, cuando captó, sin lugar a dudas, el “Bienvenido, al fin estás conmigo”.
Perenne Paz.
Perpetua Armonía.
Regocijo inmenso.
Y todo, inefable.

JAMÁS Y SIEMPRE A LA VEZ. SEGUNDA PARTE. CAPÍTULO 11

SEGUNDA PARTE

XI

-¡Querida mía! ¡Volvemos a estar otra vez juntos!
Desde que Lamaret se ha convertido en algo más que un simple mortal, no ha tenido ocasión de volver a contemplar la imagen protectora de Johanna. Los dos han envejecido físicamente, pero el sentimiento que siempre les ha unido sigue tan fresco como en el primer día en que se conocieron.
-Johanna. He terminado mi misión. Quiero hacerte partícipe de mi futuro inmediato.
-Cariño, quedémonos así, como ahora, eternamente.
-Puede que…
Las palabras resultaron ahogadas por el acercamiento de sus labios. El roce íntimo de sus alientos, acompañado de esa mirada profunda que sólo los enamorados saben lanzarse, acusó en la pareja un intervalo de inconsciencia.
-Johanna. Voy a morir dentro de poco. Pero no te apenes. Te lo ruego.
A Lam Am no le gustaba perder el tiempo dando rodeos para decir las cosas. A Lamaret no le gustaba sufrir las reacciones de las personas a las que aplicaba sus palabras.
-¿Que no me sienta triste por tu pérdida? ¿Por qué tiene que ser ahora, cuando hemos alcanzado la felicidad casi absoluta?
La felicidad casi absoluta. Lamaret la buscó durante mucho tiempo. Justamente por ser feliz se dedicó a la política, porque veía que así podía hacer algo por los demás. Ahora, como Lam Am, se ha dado cuenta que un ancla, su ego, le impedía navegar en pos de ese objetivo anhelado.
-Ése es el Plan.
-¿De qué plan hablas, Merdik?
-Apaga tus ojos. ¡Ciérralos, por favor! Parte de la verdad te será mostrada.
Era lo auténtico. Lo que era esperado.
-¡Shainapr! Aquí nos tienes.
Pasaron varios minutos. Silencio. Sólo dos formas sentadas en la penumbra. Calmas. Se diría que vacías, huecas, sórdidas. ¡Tan lejos de lo real!
Eran pues dos tormentas sin truenos, sin rayos, sin lluvia. Con amor intenso. Y el mensaje les fue revelado.
-Puedes volver, si quieres, Johanna.
Así lo hizo. Levantó sin prisas sus livianos párpados y sus brillantes azules se humedecieron.
-¿Entiendes ahora el porqué? ¿Estás aún apenada?
-No, Merdik, no lo estoy. Es por gozo ilimitado por lo que no puedo reír sino llorar.
-Gracias, Johanna. Gracias, Shainapr. Ahora puedo abandonar este cascarón inservible.
Se abrazaron largamente. Se miraron amablemente. Se hicieron el amor intensamente. Tanto de todo que no existió despedida.
-¿Nos volveremos a ver?
-Seguro, en otra vida. Pero no hace falta que me esperes.
-No, ya no lo haré.
Al terminar el último reencuentro, Johanna partiría para un nuevo destino, donde infantes de todas las edades le esperaban con los brazos y los ojos abiertos por la esperanza renovada. Hasta que llegara su hora, había decidido ser de los demás.
-Hasta siempre, mi querida. Hasta siempre, Johanna.
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-Tan, puede dejar ya pasar al señor Seedus.
Nunca había tenido ocasión de hablar con él en persona como Lam Am. Durante una temporada, sufrió su influencia, pero no su presencia.
Contrariamente a como siempre había sido su costumbre, Thomas Seedus entró en la estancia cabizbajo, derrotado.
-¿Dónde habías estado?- la pregunta no era recriminatoria en absoluto.
-Lamaret, huí como un cobarde. Pero sé que lo importante es que ahora esté aquí.
Un espíritu quebrantado por los remordimientos. No por lo que había promovido o por los pasos que había seguido en su propio adoctrinamiento personal. Remordimientos por lo que ahora estaba a punto de acometer.
-¿Qué has estado haciendo?
-Reflexionando, Lamaret, únicamente reflexionando.
Se había dado cuenta de que había sido manejado.
-¿Y a qué conclusiones has llegado?
-Quizá el asunto del agua fue una excusa, ¿no es así?
-Quizá- la serenidad extrema alisaba las arrugas de su marchito rostro-. Ni yo mismo lo he comprendido muy bien todavía. Todo fue dado para que se creara aquel clima de intranquilidad política, que desembocó en la estupidez militarista. ¿Por qué no se llegó al diálogo?
-Lamaret, Lam Am, o como te llames. ¿Sabes? Sigo pensando igual que antes.
-Estás en tu derecho. No pretendo cambiarte. Pero, ¿por qué estás aquí?
-Tú y yo hemos sido artífices de las pasiones encontradas, hemos movido multitudes. Soy un buen perdedor. Acepto mi derrota y te…
-Sé lo que vas a decir. No es necesario que lo hagas.
-Necesito hacerlo.
-Y, ¿después qué?
-Seguiré luchando contra tu producto.
Mayor Thomas Seedus, ex-vicepresidente del planeta Incógnita, enemigo a muerte de la Unión de los Planetas, ahora se ha dado cuenta que, en el fondo, el objetivo que buscaba ha sido cumplido. No por él, sino por su antítesis. No importa. Es el resultado final lo que cuenta.
-Estoy cansado, Lamaret. ¿Puedo terminar de afirmar lo que he venido a declarar?
-Hazlo, si así lo deseas.
Como aún no se había sentado, no tuvo que guarecerse en ningún apoyo artificioso para poder sujetarse en el impulso de energías que iba a manejar de inmediato. Miró fijamente a los azulados ojos de su sempiterno enemigo, crispó al máximo las mandíbulas, y profirió la sentencia.
-¡Lamaret, te pido perdón!
-Así se ha cumplido el ciclo, pues has llegado a tiempo para verme por última vez.
-¿Es que te vas?
-Para siempre, Seedus. No seré más tu pesadilla. Habrá otros que la continuarán.
-¿Qué debo hacer ahora?
-Seguir siendo implacable contigo mismo. No traicionándote nunca.
-Olvida ya tu sermón. ¿Puedo retirarme?
-Mayor Thomas Seedus: ¡Eres libre!
Con cierto autorreproche, invadió el campo de energía vital de Lam Am y le tocó, con la palma de la mano derecha, el centro del pecho. No sintió nada; tampoco lo había esperado. Sólo respiró profundamente, se estiró hacia abajo su chaqueta de gala, y, con paso firme, dio la espalda a su anfitrión. Instantes antes de salir por la puerta, giró la cabeza y, con los ojos entrecerrados, se despidió para siempre.
-Lam Am, gracias.
La apoteosis ya no necesitaba coartadas.
A solas, Lamaret meditó.
Meditó profundamente en el Profundo.
Meditó neutralmente en lo Real.
Y quedó por siempre convencido de su ignorancia.
Al fin era feliz.

JAMÁS Y SIEMPRE A LA VEZ. SEGUNDA PARTE. CAPÍTULO 10

SEGUNDA PARTE

X

Estey Lutmos e Ihara Mitshu esperaban su turno de audiencia. Por fin, el, para ellos, intrigante Lam Am iba a ofrecerles algunas respuestas concretas.
Estey Lutmos había reunido a todo su equipo de exploración y querían que la persona que les había lanzado al gran reto, les orientara. Estaban dispuestos a cumplir de inmediato cualquier sugerencia que Lam Am les diera.
Nada más entrar en el amplio despacho, la corpulenta complexión de Lam Am les daba la espalda.
-Nuestras salutaciones, Señor Presidente.
Cuando Lam Am les mostró su barbado rostro, no pudo por menos que exteriorizar su alegría interna al encontrarse, después de tanto tiempo, con sus queridos colaboradores, y verlos enteros física y psíquicamente.
-Queridos Estey y Mit. ¡Cuánto tiempo!
-¡Cuánto espacio, señor!
-Sabía que más tarde o más temprano vendríais a verme.
-Era lógico, ¿no crees?
No se habían sentado en las anatomicotensosillas por respeto máximo a la persona que les había salvado la vida. Cuando Lam Am les mostró los reclinatorios, les dijo, sin intentar avasallarlos:
-En verdad que no me debéis la vida, sino a vosotros mismos. Ahora, como siempre, sois libres de elegir vuestro destino. Podéis quedaros en esta paz reconquistada o volver con vuestras familias al momento que os vio partir.
-Merdik, nos pones en un aprieto- susurró Mitshu-. ¿Te das cuenta qué extraña contradicción? Tú aquí hablándonos y nosotros sabiendo que podemos volver a la situación anterior y encontrarnos contigo antes de tu estupenda transformación
-No amigos, os ruego que no penséis eso en ningún momento. Daos cuenta que el mover en el pasado una de las piezas, ha dado origen a que ahora se vea el puzzle montado. Si no nos hubiéramos lanzado a este reto, quizás Lam Am no existiría.
Consternados por la respuesta tan vagamente lógica, los dos científicos debían contraatacar.
-Lam Am. El mandarnos a nosotros, ¿fue premeditadamante impuesto por alguien?
-Ahora pienso que sí, queridos amigos.
-Si volvemos, sabes que podemos cambiar este futuro tan perfecto que has creado.
-Creo que no sabéis una cosa en contra de esa idea.
Lamaret pugnaba consigo mismo para no romper la armonía del momento.
-No quiero entumecer vuestras neuronas.
Lamaret experimentaba sinsabor por ser el dueño de la situación. Y se daba cuenta que sus nuevos dones no participaban en ningún momento en la crisis que se dibujaba en el encuentro de los tres amigos.
Para regresar al punto de ingerencia que facilitaba el salto transtemporal, era necesario que una mente sindrática tomara los mandos de una de las máquinas a utilizar, condición imposible por la inactividad pulsátil de cualquier unidad SINDRA en un período indefinido. A esto se sumaba que cuando el régimen militar se hizo cargo de los clandestinos resortes para la recuperación de la máxima libertad, decidió que se compartieran los conocimientos adquiridos en viajes espaciotemporales, a lo que los científicos del pasado se negaron. Recluidos en su aislamiento, deslumbradoras mentes con inexpertas manos decidieron participar en el desensamblaje de bimuestreo que desenlazó en la inutilización sistemática de dos de las tres naves.
-En otras palabras: Estamos condenados a vivir y morir en tu tiempo con la situación creada por ti.
-Me temo, queridos amigos, que se cumple el Plan también con vosotros, porque vosotros sois el Plan. Intentad continuar vuestra vida feliz con vuestras personas queridas reencontradas, y no lloréis por mucho tiempo a aquellos de cuyos últimos momentos no habéis sido testigos. Vivid, ante todo, el clarificador presente que se os ha abierto de par en par.
Las dudas habían sido despejadas de la torturada, por insegura, mente de Lutmos.
-Lam Am, hemos desarrollado todos nuestros recursos para caminar por la vía del no-apego. Eckar nos ha ayudado en gran manera a no sufrir por lo que habíamos dejado, y a amar lo que hemos encontrado, pero, aún así, teníamos la esperanza de que forzando un último intento para la desesperanza, chocáramos con la cruda realidad. Y tú nos has hecho abandonar nuestras pesadillas. Trasladaremos a nuestros colaboradores el punto final de nuestra aventura.
Ihara Mitshu juró fidelidad a Lam Am y le sedujo con la promesa de un compartimiento de su relevante sabiduría técnica.
-Amigo mío, futuras generaciones te lo agradecerán eternamente.
Las rollizas mejillas de Lam Am se volvieron rojizas, las ventanas nasales comenzaron a expandirse y contraerse a un ritmo acelerado, los ojos se desangelaron en un instante, pero el rostro afable no dejó de sonreír cuando, con un abrazo de cordialidad, se despidió de sus invitados.
-Sabed que ya me falta poco de estar entre vosotros. Mi amor hacia vuestra esencia me permite deciros que puedo morir feliz porque el círculo se ha cerrado. Lo que fue, es, y será. Ahora sí. Ahora estoy seguro. No os preocupéis, nunca se muere totalmente. Además, el relevo está entregado. Id en paz.
Afuera, en la sala de recepción, esperaban ansiosos otros hambrientos. Hambrientos de luz.
Lutmos y Mitshu estaban ahora seguros de que allí dentro, de donde ellos surgían, la encontrarían.

JAMÁS Y SIEMPRE A LA VEZ. SEGUNDA PARTE. CAPÍTULO 9

SEGUNDA PARTE
IX

Primero un pie, después el otro. Primero un pie, después el otro. Y así, cientos de miles de veces más.
Risas, entusiasmo, despreocupación.
“Soy. Seguidme. Os hablo. Me entrego.
Los percibís. Y atacáis sus centros vitales. Sin tocarlos. Sin ni siquiera mirarlos.
Seres de sexo femenino por un lado. Seres de sexo masculino por otro. Cada uno en su correspondiente fila para incrementar la energía del grupo. La mixtura de conciencias hace decrecer el esfuerzo.
Vergeles, desiertos, riscos cortantes, precipicios insondables, extensiones acuáticas extenuantes. Sin ningún apoyo artificial. Vuestros cuerpos, vuestras mentes que manejan vuestros cuerpos. Así habéis llegado hasta donde estáis.
Liberaos de vuestras cargas del pasado. Y llegad hasta el centro de la civilización. Sois multitud de individuos, sois centenares de distintos géneros biológicos, pero sois un solo pensamiento. El conglomerado de vuestras pasiones se deja fundir por el común denominador de vuestras conciencias”.
Así dijo Lam Am a sus discípulos. No exigía nunca nada. Y ellos todo lo daban.
Pero seguían siendo acosados.
Hasta ahora, habían sido relegados al olvido, a la total indiferencia. No se acostumbraban a la actual manía persecutoria.
Quizá fueran más importantes de lo que creían. Y si no era así, ¿por qué tantas molestias?
Las desconocidas avenidas enlosadas con acero dieron la bienvenida. Los familiares rostros metálicos mostraron su emboscada. Nadie orgánico deambulaba por la superficie. Los SINDRAS se hicieron dueños de la situación que estaba a punto de enfrentarles a los renegados.
Llegaron en doble fila india, con constancia de que eran observados por miles, presos de pánico, que no se atrevían a gritar su disconformidad.
El gran display digitalizado, el que saludaba a todos los allegados, estaba apagado. Cuando pasaron por debajo de la gran portada que lo dejaba colgar en el vacío, simularon no cerciorarse de la presencia, en lo alto de cada una de las torres, de robots provistos de cañones láser. Todos los SINDRAS con su dedo índice derecho pulsando, lo suficientemente leve, la digitoclave de disparo desintegrador.
Lam Am habló, y con él, paralelamente sincronizados, los líderes de las conciencias libres de los otros mundos.
-Dejadnos pasar, os suplico.
-Por qué suplicar si tan seguros estáis de adónde os dirigís- cada batallón de SINDRAS unía sus teleneuronales para hacer recaer en el modelo más moderno toda la responsabilidad de sus respuestas.
-No suplico más que por vosotros.
Los que intencionadamente motivaban la atención extrema de los cerebros positrónicos, se desplegaron y empezaron a rodear el perímetro restringido.
-Señor, tenemos órdenes terminantes. Si hay fundamentos para ello, debemos disparar contra vosotros.
-No lo haréis. Dejadnos pasar.
Un paso al unísono hizo retroceder otro tanto a los guardianes de la capital. Otro paso más hizo tener en el punto de mira la cabeza del oponente. La rigidez de los movimientos aludía a la profunda seguridad en las directrices marcadas por los circuitos positrónicos.
-Sabed la Ley que os ha sido impuesta:
“Un robot no debe dañar a un ser orgánico o, por su inacción, dejar que un ser orgánico sufra daño, y dentro de este conjunto los seres racionales tienen privilegios. Cuando un conjunto de orgánicos pudiera sufrir por culpa de aplicar la ley a un único orgánico, la preferencia de terminar con el mayor daño actuará de forma automática”.
Y por eso te pregunto: ¿Por qué habréis de acabar con nosotros?
-Vais a hacer sufrir a una gran mayoría de seres orgánicos, un conjunto mayor que el que formáis vosotros; millones contra unos miles desequilibran la balanza.
-Buena respuesta. ¿Y sabéis el complemento que aportó a la Ley el creador de la Ley?
-Por supuesto, es nuestra regla principal de actitud: “Un robot debe obedecer las órdenes que le son dadas por un ser orgánico, prerrogativamente racional, excepto cuando dichas órdenes vayan en contra del cumplimiento de la Ley”.
-Exacto, ¿y de quién cumplís órdenes vosotros?
-De nuestros mandos, que son seres orgánicos racionales.
-¿Y qué dicen esas órdenes?
-Señor, no fuerce las cosas; se lo ruego.
-Y a ti te ruego que me digas, a mí, Lam Am, ¡¿qué dicen esas órdenes?!
Unos segundos de tensa pausa permitieron al SINDRA representante equilibrar las consecuencias de tener que responder a ésa, para él, fútil pregunta.
-Suspender, por todos los medios, cualquier intento de acceso al centro de gobierno de la capital, y cualquier intento de contacto de ustedes con cualquier ser orgánico racional al que pudieran contaminar con sus ideas.
-¿Y hasta dónde serían capaces de aplicar los medios asequibles de los que me hablas?
-Hasta la eliminación de la vida cerebral de ustedes.
-¿Y si te dijera que nosotros somos el alma de los seres orgánicos racionales que os crearon, y que sólo una minoría de ellos, que os manipulan a su antojo, piensan en el mal común?
-Eso no es posible.
-Yo, Lam Am, te digo que ¡venimos en nombre de Dios!
Los brazos metálicos se dejaron caer pesadamente y con ellos las armas que portaban, las cabezas perdieron su brillo y los diafragmas oculares se cerraron. El peso de las estructuras, ya inertes, de los humaniformes hizo el resto. Los cuerpos sin vida artificial constituían una suerte de alfombra… sobre la que desfilaron los mensajeros del infinito.
El concepto de Dios había sido inducido a las mentes sindráticas de tal forma que supieran que algunos individuos orgánicos racionales trabajaban por su causa, en nombre de toda la especie. Durante siglos, se fue desechando la idea de la existencia de ese ente inmaterial que sólo influía a unos cuantos seres, entre billones. Pero alguien que trabajara para Dios debía de trabajar por el bien de toda la colectividad. La Gran Ley hizo el resto.
-Venid conmigo- el puño en alto era la señal de triunfo sobre el primer escollo.
Anárquicamente, la masa de seguidores de los líderes espirituales asaltó el centro neurálgico de la ciudad.

JAMÁS Y SIEMPRE A LA VEZ. SEGUNDA PARTE. CAPÍTULO 8

SEGUNDA PARTE

 

VIII

 

   -¡Con la intención no demuestras nada, maldito fascista!

   -Ese término que me asignas está fuera de lugar.

   Una cohorte de soldados SINDRA escolta las palabras del impostor. Ante esa fuerza bruta, la rebeldía de Estey Lutmos se aplaca sin dilación. El humano tiene ante sí a un hombre demasiado poderoso como para intentar hacer presión.

   -Amigo Estey, en este gran pabellón estamos solos tú y yo- la expresión irónica de las cejas de Lutmos le hace corregirse-. No mires a los robots. Es como si no estuvieran.

   -¿Qué quieres? ¿Que mi grupo, y yo mismo, capitulemos? ¿Qué ganaremos a cambio? ¿La verdad? ¿Dónde está Lamaret?

   -Estey. Sé lo que sabes sobre mí. Sólo quiero pedirte que me aceptes, que me aceptéis como lo que represento, y os convirtáis en servidores, como yo, del nuevo orden. 

   -Seas quien seas, debo aclararte que te comportas como una maldita y estúpida marioneta.

   -¡No te permito…!

   La formación alineada de SINDRAS se deja romper por el paso cansado del enlaceriano más magistralmente omnipotente del Universo. Cuando Lamaret lo ve acercarse a través de la satinada nave de ceremonias, se le figura una visión endiosada. Ante la sorpresa e indignación de Estey Lutmos, el pretendido Presidente de la Tierra cae exhausto a los pies del inesperado visitante.

   -¡Oh! ¡Gran Zingutt! Honras este lugar con tu presencia.

   -Olvídate de las zalamerías- con un gesto compasivo toca la cabeza del alabancero, y al mismo tiempo fija su vista en los extenuados ojos del científico-. Nuestra actitud con estos hombres y mujeres se ha dilucidado equivocada. Son ingenuos dentro de sus sabidurías y no incorporan ningún peligro a nuestra estabilidad social.

   -¿Cómo dices, Gran Señor?

   -Lo que has oído, Lamaret. Los dejaremos libres.

   En un vaivén de incredulidad, los ojos del doble de Lamaret se vuelven esperpénticos ante el duro choque que ha sufrido su dignidad. No puede creer lo que está oyendo. Piensa que quizá sea una prueba imaginada por Kras para estudiar su reacción ante la obediencia y ante su propia dosificación de autoridad.

   -Veamos, señores: Usted, Lamaret, sabe que yo sé que usted no es el auténtico Lamaret. ¿No es cierto?

   Lamaret sacude la testa flemáticamente sin dejar de escudriñar al almirante Kras.

   -Y usted, “gran Zingutt”, es quien controla el reciente orden. ¿Es así?

   -¡Maldito bastardo! ¿Quieres que te contestemos para recalcar tus convicciones? ¿Para qué buscarte complicaciones con alguien que puede aplastarte con sólo pensarlo?

   -¡Déjelo en paz, Merdik!

   -¡Pero, Señor…!

   -¡Que lo deje explayarse, le ordeno!

   -¿Por qué me deja libre?

   -A usted y a cada uno de los tripulantes de las naves de exploración espaciotemporal que aprehendimos. Tengo mis razones de peso.

   -¿Y no teme que podamos escapar de esta época, volviendo a la que pertenecemos en origen natural?

   -Dígame cómo, sin tener acceso a las máquinas que le permitieron llegar hasta el ahora.

   -Podríamos construir otras, si consiguiéramos buenos materiales y alguien que nos ayudara económicamente.

   -¿Sabe qué le digo, Lutmos…?

   El Lamaret de postín consigue tragar saliva no sin esfuerzo. Teme las próximas palabras del almirante. Se da cuenta que algo extraño ocurre con él, y que el estado de los acontecimientos cambiaría si la presencia y pensamientos de Kras fueran controlados subliminalmente por el mayor Tom Seedus.

   -… En todo caso, no me preocuparía lo que usted hiciera corriendo a llorar a las faldas de su mamá Lamaret. Me refiero al Lamaret poderoso de antaño. No al de la actualidad, líder de una errática pandilla de pordioseros.

   Las entrañas del clon se revuelven imperceptiblemente para los individuos que se enfrentan en dialéctica. El alimento ingerido hace escasas horas, y que no ha sido aún procesado digestivamente, recorre, luchando contra la gravedad, el trayecto de vuelta al exterior. No habiendo podido evitar las convulsivas arcadas, la escena se transforma en una pequeña tragedia. Estey Lutmos no puede por menos que adivinar la causa de la reacción fisiológica del suplantador de Lamaret. No se le ha pasado por alto que ha sido el aludir a la presencia, en un mismo espacio físico, del genuino Presidente Azul.

   -¿Qué le pasa, inepto? ¿Acaso no sabía que estamos tras la pista de su celular primario?

   Ha sido estafado desde que nació, desde que tiene uso de razón. Continuamente se le ha dicho que su papel consistía en rellenar el hueco de autoridad generado por la muerte de su padre genético. Pero debe ser considerado como un sujeto pleno e independiente en facultades. Sin embargo, ahora los sentimientos de impotencia y fracaso están presentes en el ánimo de este ser de segunda fila.

   -Señor, ¿Lamaret vive?

   La pérdida de compostura es total cuando se siente burlado.

   -Señor, Lamaret, ¿vive? Entonces, el psicomimético tenía razón, ¿verdad?

   -Sepa, Merdik, que no estaba en sus manos tener que saber toda la verdad sobre el asunto. Además, al ex-presidente de la Tierra se le busca, y en cuanto se le capture, perderá su cabeza. Esta vez no habrá fallos.

   -¡Lo sabía desde el primer momento en que te vi!- la familiaridad con la que Lutmos trata al clon, acentúa el grado de inferioridad al que se ha rebajado el escalafón de su autoestima-. No podía ser cierto que un hombre tan convencido de sus ideas cambiara de bando de la noche a la mañana y, sobre todo, no era posible que una personalidad de su calibre se traicionara rebajándose a la servidumbre que tú demuestras.

   A un gesto mandibular de Kras, uno de los SINDRAS dirige su digitopulsador a la cabeza del Lamaret, y su dedo metálico deja escapar una onda de choque que revienta su masa cerebral. Lutmos, estupefacto, se siente totalmente impotente ante el giro que ha dado la escena, y, en milisegundos, se prepara para acompañar al vegetal humano que tiene ante sí.

   -No sufra, Estey. Si le he prometido la libertad, le doy la libertad. No era un tipo de metáfora. No le compadezca. Ya no era necesario sabiendo lo que acababa de descubrir. Tenemos en reserva más sustitutos presidenciales. Son como SINDRAS orgánicos: se les puede programar a gusto.

   -No ha contestado a mi pregunta. ¿Qué ocurriría si lográramos escapar al pasado y pudiéramos advertir a Lamaret del peligro que corre tanto el sistema como su propia persona?

   Kras imagina la vaciedad del infinito. Se visiona a sí mismo en esa inexistencia. Y con los ojos entrecerrados, se vuelve víctima de una obsesión que le aterroriza.

   -Amigo Lutmos, la respuesta a su pregunta… ¡Vete en paz!

   -Almirante Kras, no entiendo mucho lo que está ocurriendo. Intentaré ver a Merdik Lamaret y que él me explique.  

   A un gesto facial, todos los SINDRAS se retiran de sus puestos, no sin antes tener recogido el cadáver que prontamente será incinerado. Después se transforman en los guarda flancos del enlaceriano más desvalido del Universo.

   Y Estey Lutmos, ya solo, debe recorrer medio kilómetro hasta la salida del macro recinto abovedado. El singular drama del que ha sido protagonista es una llamada de atención hacia sus puntos neurálgicos.

      -¡Merdik Lamaret! Por mi vida que volverás a vernos.

JAMÁS Y SIEMPRE A LA VEZ. SEGUNDA PARTE. CAPÍTULO 7

SEGUNDA PARTE

 

VII

 

   -Amigos míos, debemos terminar con la situación en que nos encontramos. Extendamos la conciencia de libertad y de amor a la esencia del prójimo y de la Naturaleza de cada uno de nuestros mundos.

   -Lam Am, pero eso es ciertamente complicado.

   -Sí, pero con voluntad lo conseguiremos.

   A su llamada telepática habían acudido más de cincuenta caudillos. Todos ellos experimentados supervivientes de los últimos tiempos. En sus respectivos planetas, tras el cambio global de estructura gubernamental y económica, habían pasado a ser meros seguidores de sus principios, y la decisión de abandonarse al destino les hizo seguir caminos paralelos que por fin convergieron en este encuentro.

   Ellos y sus seguidores habían llegado a conformar un gran conjunto de desheredados. Eran ellos mismos, y sus creencias en un mundo mejor, lo único que tenían. Habían sido perseguidos porque eran considerados escoria a los ojos de los omnipresentes conformistas. Y lo peor de todo era que la resignación se había convertido en el modus vivendi de los que no habían confiado en su llamada interna.

   Estos rebeldes seguían siendo hostigados por individuos armados y sus sustitutos cibernéticos. No se les anulaba. Se les recluía y aislaba para que no pudrieran el resto del cesto. Algunos eran reimplantados en sus respectivas sociedades; eran los menos afortunados.

   -Porque ellos han perdido su capacidad de elección.

   -Vanter, es difícil cuestionar los comportamientos ajenos sin saber qué ocurriría si nos encontráramos en la misma situación.

   -Lam Am, no te veo, no te conozco. Sin embargo, las ideas que me transmites me hacen confiar en ti y, aunque es un poco precipitado decirlo, estoy contigo hasta la muerte.

   -Lam Am, soy Inga Tur. Tus palabras me llenan de regocijo. Puedes contar conmigo para esa misión..

   -Lam Am, soy S El. Estoy de tu parte.

   Los jefes de tribu aceptaron el liderazgo de aquel ser que había surgido de la nada.

   Sus órganos de visión externa estaban relajados y reducidos a la mínima expresión. Sin embargo, sus cuerpos habían adoptado posturas extravagantes de meditación. Y en la meditación habían llegado al contacto. Y el contacto había sido amparado por un algo que les había anticipado la realidad de alguien elegido por sus respectivos dioses.

   -¡Lam Am, seas bienvenido!

   Cuando se cortó el contacto, Lam Am miró las estrellas de su bóveda celeste y, en un grito de gratitud, aceptó sus dudas.

   “¡Shainapr! ¿Por qué yo?”

 

JAMÁS Y SIEMPRE A LA VEZ. SEGUNDA PARTE. CAPÍTULO 6

SEGUNDA PARTE

VI

 

   Habían transcurrido demasiados días desde el comienzo de las amargas vicisitudes. El mundo continuaba abocado a un sino incierto y nadie en él hacía lo necesario por intentar persuadirse de ello.

   Y allí estaban ellos, mártires de sus propios compromisos. Lo que les fue prometido, nunca les llegó. La hipocresía pertinaz seguía anclando a los hombres de esta sociedad, pretenciosamente perfecta, en un mar de ilusiones vanas. Y ellos eran las víctimas.

   En estos momentos sufrían la incertidumbre de sentirse útiles hacia los demás sin llegar a traicionar sus ideales. Lo que ocurrió con Eckar les sumió en hondas reflexiones sobre la verdad de las intenciones del suplantador de Lamaret.

   Aún no comprendían muy bien la motivación de ese gran montaje, pero el verse a sí mismos como pequeñas islas vírgenes en medio de un gran océano de corruptibilidad, les hacía sentirse desvalidos en extremo.

   ¿Qué hacer entre tanta impotencia? Algunos de ellos pensaban que si se postraban ante el nuevo orden, quizás la libertad estaría cerca. Que si hacían notar su indefensión, les dejarían en paz y podrían forzar el regreso, el ansiado retorno al mundo mejor que abandonaron. A aquel tiempo que les parecía inquietante, pero que, en comparación con el que ahora les tocaba asumir, se convertía en modelo de transigencia.

   -Señorita Landakeer, Imagien Ges, responda.

   -Se lo vuelvo a repetir: Quizá yo no sea el sujeto adecuado.

   -Le ruego se atenga a mi cuestionario- el timbre de voz hueco y metálico ya no le indignaba.

   -Estúpido bastardo, ¿sabe quién soy yo?

   -Lo correcto sería: ¿Sabe quién fui yo?

   Estaba confiando demasiado en su instinto femenino. Se reconocía a sí misma que ya le había fallado varias veces.

   Su pelo lacio, largo y rubio ondeaba al colisionar aquel viento artificial, inspirado por el gran depurador cicliónico de aire que tenía frente a la tensosilla sobre la cual había sido obligada a prestar declaración. Los dos SINDRAS que la escoltaban sabían que aquella corriente de aire podía transformarse en una tortura, y aprovechaban tal circunstancia al máximo, pues prestaban caso omiso a las protestas que de vez en cuando la historiadora selenita argüía.

   -¿No iríamos más adelantados si me dijeran de una vez por todas la razón o el objetivo de este interrogatorio?

   -La verdad es, señorita Landakeer, que en estos momentos se están repitiendo las mismas preguntas en veintiún lugares simultáneamente. Reconocemos que ciertos esfuerzos son vanos, como en el caso del congegaard Eckar, pero ahondamos en la esperanza que algunas mentes razonables cooperen de forma patente.

   -Desde que llegué, hace hora y media, lleva soltándome los mismos interrogantes una y otra vez. Interrogantes cuyas respuestas creo que no son coherentes con lo que ustedes buscan. ¿Qué tiene que ver si conocí íntimamente a Merdik Lamaret o si mis hijos creen en Dios?

   -Seguimos un modelo preconcebido de análisis. Nosotros no elaboramos ninguno de los puntos. Las grandes y omnipotentes Hermanas Centrales…

   -¿Se refiere a las Computadoras Madre?- añadió con ironía.

   -Las Hermanas Centrales, tal como iba diciendo, se han ocupado del muestreo psíquico. Pero como veo que usted no se deja manejar, le repetiré la última pregunta del cuestionario tres veces, únicamente tres veces, y tendrá un minuto para decidirse a responder antes de que apliquemos la continuidad en las fases de su reclusión.

   -¿Es una amenaza?- su ancha frente de nacarada piel, casi sin arrugas, estaba perlada de sudor, aún a costa de aquella corriente aérea que le impactaba en la cara.

   -No existen amenazas. Existen los hechos. En todo caso, las profecías de algo que va a ocurrir si no colabora- la voz metálica no mentía, la cara impasible no delataba sentimientos de clemencia, su frente estaba bien pulida y seca; su compañero, que asía fuertemente los hombros de la mujer, le dirigió una rápida mirada de asentimiento-. Tranquilícese, es bien sencillo. Me podría decir, por favor, ¿dónde está Lamaret?

   -¡¡¿Qué?!! ¿Bromea?

   -Sabemos que usted sabe, o por lo menos intuye, que tal vez el Lamaret con el que usted acaba de reencontrarse, no es Lamaret. ¿Es así?

   -Y si así fuera, ¿no sacaría en conclusión que se han cargado a nuestro presidente?- el nivel de presión aplicado en los hombros de Imagien tuvo que ser aumentado durante escasos segundos como efecto de la alteración mental a la que había llegado.

   -¿Dónde está Merdik Lamaret, Imagien Ges?

   -Odio que me llamen Ges. Es un signo despectivo…

   -Sí, de los terráqueos a los selenitas. Una marca sonora. ¿No es así, esclava lunar?

   -¡No le consiento!- No se creyó necesario dejar inmovilizada ninguna extremidad. Con aquellas frías manos ciñendo las clavículas de la mujer había sido suficiente. Los selenitas nunca se ofuscaban, pero la historiadora era más que una habitante del sistema Tierra-Luna-Marte. En su sangre corría el fuego. Un antepasado terráqueo corrompió la frialdad de los genes de su raza. La herencia provocó el estallido. Se deshizo de su marcador y se enfrentó cara a cara con su provocador-. ¡Lamaret está bien vivo! ¿Sabes? Pedazo de chatarra parlante; ¡Está bien vivo y vendrá a liberarnos!

   Estupefacta ante lo que había declarado, volvió a su asiento, no sin antes dejar resbalar su muñeca por la superficie húmeda de su barbilla.

   -¡Vive Dios si lo comprendo! ¿He dicho que Lamaret vive? ¿Y yo qué sé?

   -“Lamaret está bien vivo, ¿sabes? Pedazo de chatarra parlante, está bien vivo y vendrá a liberarnos”, han sido literalmente sus palabras.

   Imagien Landakeer cerró los ojos; una carcoma reciente le roía el espíritu.

   “Perdone, Presidente, le he traicionado, no ha sido intencionadamente, pero lo he hecho”.

   -No Imagien, todo está bien.

   -¿Quién?- continuaba con los oculares inactivos, pero sin necesidad de levantar el telón de sus párpados sabía que aquella voz que había percibido dentro de su cabeza no correspondía a ninguno de sus acompañantes. Era una voz cálida y dulce.

   –Quédate en paz contigo misma. El Plan está siendo cumplido. Ten paciencia. Únicamente, ¡espera!

   -¿Presidente?

   -No, no soy tu presidente, soy tu amigo, soy Merdik.

   -Merdik, ¿desde cuándo…?

   -Desde siempre. Y más aún a partir de ahora.

   -Señorita Landakeer, Imagien Ges, responda.

   –No, no lo hagas. Ya no vale la pena.

   Ya no vale la pena. Se te dice con plenitud de conocimiento.

JAMÁS Y SIEMPRE A LA VEZ. SEGUNDA PARTE. CAPÍTULO 5

 SEGUNDA PARTE

V

 

   Las primeras notas de color sonaron sigilosamente. Paralelamente, las vigilias iban desenmascarando estrepitosas esperanzas. La tribu al completo se hallaba alineada hacia el Este, pues los tempranos rayos solares despuntaban desde aquel sentido cardinal y no querían enojar a su dios faltando a esa cita diaria.

   Después, acudieron al banquete de frutas que inauguraba la actividad de la jornada. La macedonia les nutría, purificaba digestivamente y daba fuerzas para completar la cadena trófica primaria: labranza, mantenimiento y recolección, equiparables a los remontables tiempos prehistóricos. La explotación animal no existía en este campamento. La manufactura del utillaje era símbolo de la nula sofisticación en la que habían desembocado. Lam Am amaba aquella simplicidad, y en ese sentido hacía todo lo posible por no contaminar con sus conocimientos aquel paraíso de rustiquez.

   En los pedregales que bordeaban aquel fértil valle, una curiosidad aislada destacaba por su altura, y,  aprovechando esa característica aportada por la erosión eólica y fluvial, por su utilización como torre vigía, entroncando con una lógica de supervivencia. El propósito de esa lógica pocas veces era aplicado. Pero aquella mañana, después de los pertinentes lavatorios, el turno de vigilancia liberó, mentalmente, la contraseña.

   -¿Cómo puedes adivinar la alarma en esta visita?

   –He querido explorar concienzudamente sus pensamientos y no los he encontrado. ¿Cómo pueden existir seres con la mente en blanco?

   –Espera, se lo preguntaré a Lam Am.

   –Os he captado. SINDRAS, se trata de SINDRAS. Esos cerebros positrónicos activan sus chips neuronales únicamente como causa o efecto inmediato, no existen espacios intermedios de descanso en los que ellos puedan fabricar pensamientos ajenos a cualquier manifestación inminente. Cualquiera de sus acciones está programada, y la improvisación sólo existe cuando tienen múltiples elecciones de respuesta– una breve pausa le sirvió para caer en la cuenta de que quizás estaba aportando demasiados datos a aquellas mentes ingenuas-. Dime, Stengar, ¿son muchos los que vienen?

   –No logro captar su cuantía exacta, pero sí que van a llegar hasta el punto donde nos encontramos. ¿Por qué, Lam Am?

   Lam Am conocía la razón, pero no podía perder su precioso tiempo contestando de golpe todos los enigmas que sobre su persona se habían formado sus compañeros de los últimos meses.

   –Amigo, sólo sé que tenemos que separarnos de su camino. Pocas veces los SINDRAS van en conjuntos amplios sin llevar órdenes nocivas.

   No recogieron muchas pertenencias. Quizá pensaron que volverían en muy corto plazo. Decidieron escindirse para dividir a su vez al presunto enemigo. Y si hubiera que atacar para preservar sus vidas, tendrían más facilidades si el número de individuos de los que defenderse fuera menor. Cada grupo tomó una de las direcciones que formaban las bisectrices de los ángulos Norte-Oriente y Norte-Occidente. Recorridos seis días, deberían encaminarse en el rumbo perpendicular al seguido, para así convergir en un mismo punto y retornar en formación conjunta al edén que los vio partir.

   Cinco horas de ventaja desconcertaron a las unidades VESTIC. El vacío que sustituía a sus objetivos cinegéticos les obligó a recurrir a otras claves de rastreo. La improvisación e imaginación no estaban codificadas en sus cabezas aceradas. Por lo tanto, la búsqueda y captura mostraba otra faz distinta a la planificada, y las órdenes se aportaron en otro sentido.

   -Señor, usted dijo que los capturáramos a él y a sus seguidores sin anular sus vidas- el interhiperondas bidireccional portátil salvaba las distancias que la presencia física del mando exigía.

   -VESTIC 16TH100. Dividios los números asignados y ejecuta sin dilaciones las nuevas órdenes. ¡Debes acometerlas sin reparos!

   -Señor, no hemos descubierto ninguna presencia de armas destructivas de desgaste.

   -¡VESTIC 16TH100! Escucha con atención mis palabras y no intentes anteponer razones ético-morales ni de otro tipo para desentenderte de ellas. Tanto tú como yo somos unos mandados.

   -Pero, señor…

   La derivación de la conversación hizo que la voz se volviera intransigente ante los obstáculos que se creaban en la mente asimóvica del comandante VESTIC. La explosión de cólera del interlocutor humano hizo que el tono dado a la orden, que había sido primero sugerida, y luego recalcada, borrara cualquier atisbo de duda ante el seguimiento mecánico de las leyes cibernéticas.

   -¿Lo has asimilado, VESTIC 16TH100?

   -Sí, señor.

   -Si es así, ¡repítelas!

   -Señor, recibido mensaje imperativo: El contenido del mismo ha sido integrado en las unidades de información VESTIC subditadas a mí. Seguir acechando a Lamaret y…- un breve intermedio despertó el instinto castrense en la voz que se hallaba a miles de kilómetros de distancia del emplazamiento de las tropas androides; el breve espacio de silencio decidió la suerte de VESTIC 16TH100: sería sustituido de inmediato para su reprogramación y nuevo destino; aún cuando al final decidiera aparentar haber entendido la orden-… matarle.

JAMÁS Y SIEMPRE A LA VEZ. SEGUNDA PARTE. CAPÍTULO 4

SEGUNDA PARTE

IV

    Por tercera vez se volvía a repetir el ritual. En la caverna de las abluciones, los hombres y mujeres se hacían sentir merecedores del amor de la Tierra. Con los pies mojados, se dirigían todos en fila hacia el exterior, donde se dejaban abrazar por las ramas de los árboles y acariciar por los arbustos florecidos. La bendición caía, entonces, sobre ellos. El Sol se despedía perdiéndose por debajo del contorno del planeta. La dicha les extasiaba por tercera vez. El amanecer sembraba la repurificación de sus almas. El apogeo emancipaba sus espíritus. El ocaso premiaba sus vidas y les daba esperanzas de continuarlas en un estado agraciado de pureza absoluta.

   Abrazaban por última vez los recios troncos, aspiraban los efluvios de la flora, admiraban la mixtura de colores que se dejaba mostrar gracias a los últimos rayos del Sol. Sabían que en pocos minutos se escaparía aquel hechizo. La oscuridad borraría todo vestigio de belleza, y la que se pudiera vislumbrar a la luz de las antorchas sería una realidad corrompida.

   Únicamente el plenilunio permitía alargar el efecto, y las jornadas no se consumían hasta que retornara la total falta de claridad.

   El trabajo era totalmente vivificante. No dependiendo de los productos de la caza, por su calidad de nutrición, los habitantes del poblado iban invadiendo poco a poco los terrenos circundantes a la caverna de las abluciones, que tenía la doble función de recipiente de sus antepasados.

   Teniendo las cuerdas vocales totalmente atrofiadas, confiaban su intercomunicación en la telepatía. No tenían enemigos, pues su dominación mental hacía que los instintos negativos fueran alterados de continuo en un constructivismo vinculativo. No existía preponderancia ni sometimiento tribal. Todos aprendían de todos. La supremacía mental no influía para nada en las relaciones con los individuos que trabajaran por el bien común. Pero existía cierta anarquía en la conducta grupal. Sin saber cómo canalizar sus intenciones, se sentían faltos de un líder, pues veían que existía un germen a desarrollar y ellos no poseían la audacia para hacerlo.

   Hasta que apareció un tal Lam Am, del que sólo conocían que era proveniente de tierras lejanas. El hombre entunicado les orientó sobre sus ansias, y haciéndolas convergir en un fin común, les dio nuevas ganas de vivir.

   En todo momento, el tal Lam Am disimulaba sus personales costumbres apartándose a disfrutar su intimidad lejos del grupo. Cuando fue ganándose la confianza de los adoradores solares, le construyeron una choza con juncos ribereños del lago, que les prodigaba de agua cuando la necesitaban para regadío.

   Paulatinamente se fue integrando en el rodaje cotidiano de la tribu. Y siempre daba lo máximo de sí para hacerla feliz. Se fue convirtiendo en el líder que los adoradores del Sol necesitaban.

   Un día, Lam Am, que a la caída de la noche solía refugiarse en su parapeto vegetal, decidió compartir los rituales nocturnos lunares de sus vecinos y, al hacerlo, asumió su papel de salvador de la esencia humana, representada por aquellos desheredados.

   –Pues, Lam Am, ¿qué nos planteas?– sin pronunciar palabra, los mensajes ideográficos eran interpretados y emitidos con naturalidad.

   –Os digo que he venido para que abráis los ojos. De donde he venido hay más hombres en todo distintos a nosotros, y más allá del Sol, existen otras tierras que sustentan otras muchas formas de vida inteligente– con los brazos levantados al cielo, sonreía a cada uno de sus interrogadores.

   –Dinos, Lam Am, ¿cómo sabes de ello?

   -Yo estuve entre ellos durante décadas. Cuando decidí dejarlos, lo hice por razones que, aunque no vienen a cuento concretaros, os convencerían de inmediato.

   -Pero, Lam Am, tú eres sabio en extremo. Si ellos son como tú, su mundo debe de ser perfecto.

   –Esa es la paradoja. Son tan sabios que se olvidaron de sus raíces.

   -Lam Am, cuéntanos más cosas. ¿Por qué antes no te confiaste a nosotros?

   -Aún no era el momento. Ahora es dado que así sea– el fulgor azul de la Luna se reflejaba en su sudorosa faz-. Los que allá habitan tienen muchas comodidades que les hacen la vida más fácil. Ya no trabajan la tierra para obtener sus frutos. Ya no realizan esfuerzos físicos de ningún tipo para sentirse útiles. Hay otros que laboran por ellos. Estos nunca se agotan. Son incansables durante largos períodos.

   -¿Son esos seres inteligentes de los que nos has hablado?

   –No exactamente. Son inteligentes, pero esa inteligencia no les es propia. Es una inteligencia prestada.

   -¿Son esclavos?

   Bueno, un esclavo es alguien que está sometido por otra persona. En el sentido literal del término, no lo son, pero en la práctica, sí, se puede aducir que se comportan como tales, aunque no sufren humillación con ello. Los SINDRAS, pues de ellos os hablo, son seres animados artificiales, creados por seres animados naturales, ¿entendéis?– Lam Am intentaba, sobre todo, utilizar explicaciones asequibles a aquel nivel cultural en el que se hallaba inmerso.

   –Lam Am, ¿tú tenías esclavos?

   -No, nunca tuve. Es más, ni siquiera llegué a sojuzgar a ningún SINDRA. En mi mundo no los había hasta que…

   -¿Hasta qué?- aquella mujer se sentía presa de la emoción ante el relato.

   –Hasta que llegó el momento en que yo mismo me sentí esclavo de aquellos seres artificiales.

   -¿Esclavo de los SINDRAS?

   -Sí, pero es una historia muy complicada. En verdad, ellos nunca me dominaron, sino que cumplían órdenes de otros que sí buscaban esa represión sobre mi persona. Siempre intentaban no dañarme ni física ni mentalmente, pues están regidos por unas leyes inamovibles que los orientan en sus conductas. En teoría, están para servirnos. Pero yo estaba en una posición de inferioridad frente a los que detentaban su reprogramación, y por ello sufría las terribles consecuencias. Ellos me vigilaban, guardaban y reprendían.

   -¿Cuál fue el motivo de esa represión sobre tu persona?

   -También es muy complejo de explicar– Lam Am oscureció su semblante. Su lucha aún continuaba, y su contienda interna había logrado cercenarse durante un largo período de calma. La cicatriz volvía a abrirse, sin embargo, con el recuerdo de sus sacrificios-. Hermana Twiringia, olvida mis preocupaciones. Son sólo mías y no quiero haceros partícipes de este sufrimiento.

   –Lam Am, alecciónanos. Tú eres sabio.

   –No, amigos. Yo no sé nada. Pero es un justo trueque. Yo aprendo continuamente de vosotros. Yo también debo darme a vosotros. Sólo os solicito una condición.

   -¿Cuál es, Lam am?

   –Confiad plenamente en mí, ocurra lo que ocurra.

   -¡Así sea!- una genuflexión unánime acompañó al coro de pensamientos, y las caras resplandecientes de felicidad dirigían sus miradas al ser que les había hablado.