“¿A qué espero para el suicidio? A tener una razón para vivir.”
Y se asomaba al espacio profundo de sus mentes, por otra parte, tan superficiales, que le daban tan poco trabajo, que le aburrían tanto.
Y algunas lo sorprendían por su negrura, no porque fueran nulas sino por su podredumbre y depravación.
Y cuando encontraba una que era limpia, autoinducía un retardo en su acción, antes de llegar a la inacción más severa, más irreversible.
Y así viviría. Para siempre. Para nadie.