En una ocasión, cuando creí dormir, estaba muriendo.
En otra ocasión, cuando creí correr, estaba huyendo.
En una tercera, cuando creí llorar, estaba sabiendo.
En todas, cuando deduje que era yo quien erraba, decidí meditar, parar mi tiempo, para preguntar a la vida si podía quedarme, si podía luchar por ser eterno.
Y obtuve, por respuesta, solo silencio, silencio solo.
Pues era yo, en esa soledad, quien estaba quieto. Sin soñar, sin correr, sin saber.
Solo yo, en el vacío de mi plenitud.
Solo yo, en el hartazgo de mi esencia.
Con una única conciencia.
Inconsciente de mi dicha. Inconsciente de mi lucha. Inconsciente de la verdad, que se asemeja al infinito. Que se acerca al pasado, presente y futuro, armonizados en el grito intenso, concentrado en una ilusión: Ser vacío, ser forma, ser todo, ser nada.
No ser, para ser. Ser, para no ser.