Veranos de muerte

Crepitaban el cielo, el horizonte y el suelo. Alaridos insonoros pedían piedad ante tal desdicha, y las víctimas, aún sabiendo que serían invisibles, preguntaban la razón de su destino: ¿Por qué nosotros? ¿Por qué ahora?

Las llamas laceraban el bosque y millones de pensamientos desaparecían con la fisión de sus enlaces moleculares, y la disgregación de la materia ennegrecía el aire, que se convertía en irrespirable.


Los abrazos de fuego transformaban el paisaje en un páramo desolado y algunos ojos seguían mirando a las alturas esperando el milagro del agua.

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