El violín rasgaba el aire con su melancólica tonada.
El piano repiqueteaba, con cada nota grave, en mi intelecto.
Pero fue la voz de ella la que me recorrió el espinazo con una corriente eléctrica imparable que estalló en chispas invisibles en el frontal de mi cerebro.
Y lloré de alegría, de felicidad inmensa, ante el descubrimiento de la belleza.
Aquella belleza que no podía ver con mis ojos, pero que podía sentir con el corazón.

Nota: Quiero dedicar este texto a todas mis amigas cantantes, que me llenan de felicidad cuando manifiestan, a través de su voz, su Arte y su talento inmenso.