Era más joven que viejo. Más listo que tonto. Más superviviente que conformista. Casi un héroe. Casi un extraño espíritu libre. Enfrentado de continuo a la osadía de su desdicha incipiente. En el borde de la ilusión. En la frontera de la cobardía, cayendo mal a casi todos, por ser mendigo de sus faltas. Por ser un pecador continuo en la trastienda de lo inasumible. En el teatro de la infamia, donde se mezclan los personajes inapreciables con los imprescindibles. Así, tan hecho a vivir a saltos y a sobresaltos. Tan perdido como todos. Pero con tanto contraste vital que se atribuía una ligereza tan exclusiva como rara en los tiempos corrientes: La felicidad. La indómita felicidad.