Era inapreciable la marca del odio en mí. La que transformaba la vida del que osaba estar a mi lado. Cuando divagaba con su trascendencia, hundía el ánimo del más cauto, del que se creía seguro en su guarida de felicidad. Y entonces, atacaba. Y solucionaba todos mis problemas. Me aceptaba a mí mismo y me sentía bien por ello. Hasta que volvían a encerrarme. Hasta que, en mi obligada soledad, me volvía a sentir incomprendido.
triste… 😦