No tenía solución inmediata. El Matemático lo había intentado y había desistido. Aquella incógnita enigmática. Aquella transferencia de incomodidades fractales. En aquel Universo modélico, donde la excepción inimaginable lo corrompía.
Donde la irreversibilidad se hermanaba con la fuga del raciocinio.
Y ante tanta desdicha intelectual, el Matemático, rindiéndose, aún adivinando que recibiría el peor de los castigos, dirigió sus últimas palabras a los Creadores:
– El Humano, como criatura impredecible, acabará consigo mismo por sí mismo. Y nada puede cambiarlo. Siento mucho que vuestra criatura haya traicionado vuestras expectativas y mis tentativas de encontrar el modo de retrasar el nuevo final cíclico. Me pongo en vuestras manos pues.