Llevaba sandalias para caminar por el asfalto recalentado y temía tener que andar tanto que la suela se desgastara y fuera su planta del pie la que acabara quemándose y ennegreciéndose.
Le habían advertido que esto podía ocurrir si no lograba convencer a los suficientes incautos en cada una de las paradas que hiciera en su peregrinaje.
No había manera de echarse atrás en esa misión imposible, aun habiéndose dado cuenta que el auténtico iluso había sido él cuando se había creído esa patraña de que era el nuevo Mesías.