Tro me observó un rato sin decidirse a morderme. No sabía si obtendría algún beneficio con ello. Me husmeaba sin que le llegara olor alguno. Y seguro que temía, con absoluta certeza, que quebraría sus colmillos si intentaba atenazarme con ellos.
Me puse en cuclillas y acaricié su cabeza.
Mecánicamente, pues no sentía su piel con mis yemas. Y gruñó.