JAMÁS Y SIEMPRE A LA VEZ. PRIMERA PARTE. CAPÍTULO 13

PRIMERA PARTE

 

XIII

 

  Sobre el único árbol en veinte kilómetros a la redonda, el dirigible se balanceaba al vaivén de los vientos. La herencia de su bitatarabuelo se había comportado magníficamente durante todo el trayecto, y no había sentido que hubiera nada que envidiar a los pilotos que se hallaban sobre su cabeza a kilómetros de altura, en aquellos dirigidos autopropulsados por energía atómica residual.

   Los paisajes que había visto eran indescriptibles. Se había sentido dueño de aquel mundo. Lo había sobrevolado lenta, muy lentamente, tanto que le había dado tiempo a fijarse en los detalles que siempre había pasado por alto: las plantas bioacumulativas de plancton, los regeneradores de energía eólica, los inmensos tanques cuadrangulares de agua. Los bosques, las pocas ciudades superficiales, los espaciopuertos de las periferias rurales. Había saboreado ocularmente palmo a palmo cada uno de los arcos circulares que habían coincidido con su rumbo. Y ahora estaba allí, atado a las ramas de un árbol, haciendo descender la escalerilla para posar sus pies sobre seguro.

   Cuando el sol refulgió sobre su figura, cualquier hombre hubiera girado la cabeza ante aquel asombro de curvas. Un koatar se deslizó por el cabo de fijación y ella mostró sus carnosos labios que poco a poco fueron dilatándose hasta destapar el regalo de blancura marfileña. Se sentía gozosa de la vida.

   -Merdik, estás ya aquí.

   -Me alegro de que así sea.

   La cogió de la mano y no pudo evitar fijarse en sus largas y esbeltas piernas. El tacón que las sustentaba se introducía en la virginal tierra y dejaba la sensación momentánea de una disminución de estatura. Él sonreía ante el engaño visual.

   -Shainapr, tengo algo que decirte.

   -Dímelo sin pararte. Antes que caiga la noche tenemos que llegar al refugio.

   -Shainapr, sé que tienes algo para mí.

   La luminaria llegaba a su ocaso cuando cruzaron el umbral de la pirámide romboidal que los protegería de las instantáneas microcalorías ambientales del exterior.

   -Está lloviendo, Merdik.

   -No, creo que no es lluvia- él sonreía a cada caricia visual femenina.

   Chasquidos electrostáticos confundían los audifiltrantes acoplados a los temporales.

   -Dime lo que me tienes que decir, y ámame.

   -No es posible aún.

   -Me horroriza pensar que me estás torturando con toda la intención.

   -¿Qué te hace pensar así?

   El hombre la miró a los ojos, y su concentración en las pupilas verdiazuladas le hizo desdibujar las agradables líneas faciales hasta difuminar mentalmente el volumen craneal que tenía delante. Las pupilas ocupaban su campo visual y los sentidos se abalanzaron sobre él.

   Millones de cuerpos geométricos luminosos de micras cúbicas de volumen abarcaban la oscuridad de su pantalla mental. El espíritu se le fue por segundos y cuando quiso darse cuenta de que no controlaba aquella situación, era demasiado tarde. O quizá, demasiado pronto.

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   -¿Qué hora es?

   -Señor, veinte horas unificadas.

   -¿De qué día, VESTIC?

   -Señor, ¿qué?

   -Se ha vuelto a ir, ¿no?

   -¿Quién, señor?

   -Respóndeme.

   Dando prioridad a la primera pregunta formulada por su adoptador, el SINDRA respondió meticulosamente.

   -7 de Agosto del año integrado de 3123.

   -No es posible.

   -Lo es, señor. Estoy totalmente seguro. Me jugaría mi desconexión y posterior reprogramación.

   -VESTIC, por favor, déjame a solas.

   -Señor, sabe que nunca puede estar a solas. La puerta está vigilada.

**********************************************************************************************   Había intuido claramente que algo iba a suceder. Entendía que todos los avisos extraños que asaltaron de continuo su mente en este último período crítico de su vida, eran la antesala del fin total. Por eso, algo le decía que tenía que prepararse para lo que fuera a suceder.

   Desde la última vez que soñó con Shainapr, se dijo a sí mismo que deseaba continuar esa relación ficticia. Le intrigaba la razón de los mensajes enigmáticos que ella le transmitía. Cuál era la relación con su existencia.

   La meditación intraholística le ayudaba a conocerse a sí mismo y, por medio de ese descubrirse continuo, alcanzar a comprender el Cosmos en el que estaba inmerso.

   Sin embargo, hoy, cuando despidió al SINDRA de servicios básicos personales, se dijo que deseaba morir. Estaba claro que le iban a tener de por vida entre bastidores. Su figura efímera no necesitaba de un cargo efímero para ver que era prescindible. Ya hastiado de verse impotente, aquella noche decidió morir. Y resurgió la infinita pena por no poder ver de nuevo a su esposa, sin haber tenido la posibilidad de despedirse de ella, de descargarle de  la angustia que estaría sufriendo desde que le hicieran saber la nueva situación. Y la infinita pena por saber que ésta nunca cambiaría. Así pues, se autoconvenció de que ella comprendería.

   Era aún temprano para acostarse, pero la desesperanza de un nuevo día justificaba que no esperara a agotar las últimas horas del que estaba en curso todavía. Opacó los ventanales de su dormitorio y esperó.

   La inferencia de que alguna señal derivaría en el cambio de estado espiritual, le tenía alerta.

   Inspiró, espiró, inspiró, espiró. Se obsesionó por última vez con la respiración. Volvió a quedar fascinado con la visualización de su yo interno. Obvió que el siguiente paso le llevaría a la emersión de su espíritu. Cuando estaba ya dispuesto para integrarse en el vacío, y dejar su cuerpo adjudicado por entero al mundo material, sufrió el habitual shock del alma escapada.

   –No, no es el momento, querido Merdik.

   –Shainapr, ¿cómo tú aquí ahora?

   -¡Eres luz!

   Instantáneamente visualizó una potente luminiscencia que abarcaba todo su cuerpo etérico.

   -¡Eres paz!

   El corazón colapsó. Sin embargo, su mente seguía despierta y atenta a la dulce voz que le guiaba.

   –Voy a morir, ¿no es cierto?

   –No, no vas a abandonarlos aún. Eres importante para ellos y para nosotros.

   -¿Para quiénes?

   –Comprenderás en su momento. Ahora, concéntrate en tus latidos.

   -¡No tengo!

   –Sí, ¡escúchalos! Con atención.

   Al fondo, muy al final de sus percepciones, escuchó de nuevo el ritmo de la vida. Pero, ¿eran suyos?

   –Shainapr, no quiero morir. Reconozco que hace pocos segundos lo deseaba, pero ya no.

   -¡Atento! Ya ves tu cuerpo allá abajo.

   No era posible. Bueno, sí, lo era, pero no quería creerlo. Cuando antes lograba desembarazarse de su cuerpo, seguía sintiéndose a sí mismo. También antes había visto el continente de su espíritu como algo ajeno. Pero siempre se había sentido uno con él, con el invisible hilo del retorno. Ahora veía que la coraza que le había albergado no era ningún anclaje de su espíritu. Disociado.

   –Concéntrate en la luz.

   La luz. ¿Qué luz? ¡Oh! Ya la veía acercarse por rededor suyo y abrazarle. Viéndose envuelto por ella, se dio cuenta que aquella fuerza no era algo extraño. La luz era él y él era la luz.

   –Shainapr, ayúdame a volver.

   –Volverás, Merdik, no te preocupes. Pero en su justo momento.

   –Tengo miedo.

   –Ya no.

   Era todo y nada. O por lo menos sus sensaciones le ligaban a ambos estados.

   Merdik Lamaret tenía los ojos cerrados. La faz serena. Sus labios distendidos. Todo ello completaba una sonrisa de satisfacción.

   Al día siguiente entraron en sus dependencias sin permiso, como siempre. Se sorprendieron de que a aquella hora el sujeto que las ocupaba no estuviera sentado, como siempre, junto a la lámina de suspensión, con su habitual dosis de jalea real. Los grandes muros transparentes volvieron a dejarse atravesar por los rayos matinales.

   -¡Despiértele, VINHAM!

   El androide obedeció automáticamente las ordenes. Rozó con su fría mano de cuatro dedos la frente que la postura decúbito supino le ofrecía. Ningún cambio.

   -¡Déjeme a mí!

   El jefe de grupo de retención separó a su ayudante. Acercó su cara a la de Lamaret, y no pudiendo reprimir su infundido odio hacia aquel enemigo potencial, escupió la orden conveniente.

   -¡Señor, dentro de diez minutos debe estar dispuesto a  recibir al cotejador de mapas genéticos!

   No hubo respuesta. Decidió acercar el captador de anomalías a la sien derecha de aquella cabeza durmiente. Ante el inesperado veredicto, repitió la prueba con el hemisferio izquierdo.

   -¡No es posible! ¡Debe de fallar algo! ¡Presidente! ¡Le ordeno que despierte y me acompañe! ¡Déjese de fingir!

   -Señor, no finge. Creo que ha muerto hace exactamente cinco horas y treinta y ocho minutos.

   -¿Quién le ha pedido opinión, VINHAM? ¡Maldito SINDRA!

   -Señor, sólo me permito hablar de realidades. El ex-presidente Lamaret ha dejado de existir.

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   -¿Llegaron a terminar su trabajo los genéticos?

   -De cierto, señor.

   -Entonces, que actúen inmediatamente. Les doy el plazo de un año. Ni más ni menos.

   La comunicación hiperondas terminó. Quiso eternizar el placer de aquella reciente pérdida. El gozo que sentía sólo sería comparable al que dentro de pocos segundos sentiría su más fiel colaborador.

   -¡Póngame con Incógnita! Prioridad cero.

   El lapso transcurrido desde la última instrucción dada, le permitió dar una bocanada al aire viciado de la combustión que se realizaba al final de sus labios.

   -Es celebración, señor. Doble celebración.

   -Seedus, por fin tenemos el poder total.

   -Almirante, ¿terminaron sus infundados temores?

   -Sí, por supuesto.

   -Entonces, acomódese en su trono.

   -Pero no olvide. Sólo usted y yo sabemos. Las unidades que descubrieron el cuerpo y todos los que han manejado esa información hasta llegar a nosotros, orgánicos y no, han de ser inactivados.

   -Lamaret ha muerto. ¡Viva Lamaret!

JAMÁS Y SIEMPRE A LA VEZ. PRIMERA PARTE. CAPÍTULO 10

PRIMERA PARTE

X

 

Urna de platino-titanio haciendo las veces de cofre de seguridad. El contenido, totalmente secreto. Sólo una persona puede acceder al enigma.

   Un largo pasillo con suelo especular. Dos piernas femeninas apoyadas en plataformas de sujeción con realce posterior. Movimientos sinuosos y mirada concentrada. Cabello ébano, piel de nácar.

   Personal de seguridad en acción. Se exigen claves de identificación. Iris ocular, digitohuella anular, combinación genética en un pellizco de sangre. Todo correcto. Dientes satisfechos.

   Medio minuto de inspección. O lo dejas o te lo llevas. Todo en orden.

   Un guiño a tu mirada. Un lapsus en el tiempo. Un peso en el pecho. Alarma…

   Lo siento, Kras. De veras.

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   -Seedus, le ordeno que me haga caso.

   -Si le hago caso, Almirante. Pero, ¿cómo lo sabe?

   -Lo sé y basta. Lamaret se propone algo.

   -Creo que está demasiado alterado por los últimos triunfos. Almirante, ¡todo está saliendo a pedir de boca!

   -Pero falla algo.

   -No, se lo aseguro.

   -Si sigo en Enlacer es porque creo que desde aquí puedo controlar mejor la situación- los ojos de Kras están vidriosos, quizás febriles.

   -No le echo nada en cara, señor. Tengo asumido mi papel. Yo actúo, usted observa.

   -No, no es así. Mire, sé que Lamaret se propone algo.

   -¿En su situación?

   -¡Estoy convencido!

   -Quizá vaya a ver a Pee. Cálmese, señor. No podemos decaer ahora, en plena ventaja.

   -Espero pues el resultado de su entrevista.

   -Por teletransporte será rápida.

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   -Ya no dependo de usted. Todo está ya decidido.

   -Querido Mayor. Creo que llegamos a un acuerdo y usted lo incumplió. ¿Pretenden los militares recuperar el poder perdido hace siglos? Vino a verme para urdir una excusa para llevar a cabo la decisión de no sé qué loco.

   -Lamaret es un loco aún peor.

   -Lamaret es la estabilidad pacífica, ustedes la opresión.

   -¡Cállese!- la furia se ha desatado con cierto retraso, pero, cuando lo hace, no hay muralla que la detenga-. Usted no sabe nada. Lamaret siempre ha querido lo mismo: El poder, de una manera u otra. No se diferencia en mucho de nosotros. ¿Por qué cree que hace tan patente la presencia terráquea en la Unión? ¿No lo adivina? Se lo diré yo: para que todos adoren la dependencia que existe con la Tierra.

   -¿Cómo sabe eso? Nunca ha sugerido tal cosa, ni con hechos ni con palabras. Lo que usted dice sólo es una suposición denigrante.

   -Y lo que pretende ahora, ¿qué?

   El Consejero no sale de su asombro.

   -Pregúnteselo cuando pueda y quiera. Cara a cara. Al mismísimo Lamaret. Veamos cómo reacciona. Está claro que sigue teniendo fe en él.

   Instantáneamente, Pee se abalanza con furia hacia Seedus, pretendiendo concretar su estado interno de violencia. Pero un acto reflejo activa el arma reglamentaria y le volatiliza el cerebro.

   Nadie acude a comprobar lo ocurrido.

   Seedus abandona el cuerpo inerte de Pee sobre el tensosillón que ocupaba cuando vivía. No hace ademán de huir tras el asesinato; en realidad, ha sido clara defensa propia, piensa para sí. Tal vez Pee hubiera llegado a utilizar un dispositivo de ataque.

   Nadie osará descubrir su nombre cuando hallen un cadáver a cien metros de altura. Ya se ha hecho cargo: El lugar está custodiado, la ciudad está sitiada. Todo controlado.

JAMÁS Y SIEMPRE A LA VEZ. PRIMERA PARTE. CAPÍTULO 8

PRIMERA PARTE

VIII

   Sentía una fuerte punzada en el cuello y aquella mujer se comprometió a hacérsela olvidar. Con los ojos cerrados, imaginó un paraíso único en el que quería estar. Sin nadie más a quien escuchar ni ver. Integrándose en una vida de supervivencia. Sin tener que pensar en nada. Sólo sufriría cuando las leyes de la Madre Naturaleza mostraran su crueldad. Rememoró de pronto imágenes filmadas de la extinta águila dorada atenazando con sus garras a su huidiza presa mientras surcaba majestuosamente los cielos incontaminados de una vetusta Tierra. Y le pareció que, aún así, aquella muerte se integraba en la perfección. Y trasladó esa imagen, en otros tiempos real, a su imaginación. Y se sorprendió tumbado sobre la hierba fresca de un extenso prado bajo la aguda mirada del águila de sus recuerdos, con el sonido del discurrir caudaloso de un inmaculado río a sus pies. Y viéndose a sí mismo en este estado sublime, decidió compartirlo con una mujer, el amor de toda su vida: su esposa. Y la veía echada a su lado, con los ojos cerrados, como degustando la paz que les rodeaba. Y la imitó.

   Y aunque la realidad era ahora tan distinta, se sintió feliz al notarse acariciado por las manos de su mujer. Y cuando entreabrió los párpados, la vio delante. Y Johanna le sonrió. Y el se sintió amado.

   Pero, aún así, pensó que no quería que ella llegara a conocer el sufrimiento en sus propias carnes. Siempre la había protegido de ese extremo. Si no jugaba bien sus cartas, tendría que elegir: sus propias felicidades o la de la humanidad entera. Y muy a su pesar, decidió qué escoger si se llegara a tal punto.

   El dolor muscular desapareció, pero fue sustituido por un nudo en el estómago.

   Johanna seguía masajeando, como si deseara relajar algo más que el cuerpo de su marido. Como si presintiera la batalla interior.

   -¿Qué te ocurre, cariño?

   -¿Recuerdas las videograbaciones en que aparecen imágenes del planeta rebosantes de vida?

   -Sí, Merdik, por supuesto. En la universidad utilizábamos antiguos reproductores láser para recuperarlas y hacer un examen exhaustivo de lo que contenían.

   -¿Y recuerdas el matiz del azul de los cielos que mostraban?

   -Cariño, ya sé a dónde quieres ir a parar. Pero en aquella época, tú no habías nacido aún. No te mortifiques más.

   -Del azul puro se pasaba al gris más oscuro y… llovía, ¿recuerdas?

   -Déjalo ya. Sé que cuando empezaron a querer remediarlo, era ya irreversible. Ahora, en cambio, no tenemos ya polución ni en el aire, ni en los mares y ríos.

   -Dirás, en lo que nos queda de agua. La evaporación fue desconcertante hasta para los más pesimistas. El efecto invernadero actuaba y abusaba.

   -¿Quieres dejarlo ya, por favor? ¿No pasó ya?  ¿No logró nuestra anterior generación rehacer la climatología? ¿No es un consuelo que, aunque las nubes se formen raramente, el ciclo se haya recompuesto?

   -Y ahora estamos ante otra perspectiva tan poco halagüeña como la que adivinaban los alarmistas.

   -Confío en esta humanidad, ¿sabes? Creo saber que lleva en sus genes el aprender de sus errores.

   -Ojalá fuera tan fácil como dejarse confiar.

   -Un beso selló momentáneamente su boca. Johanna presentía que su marido estaba llamado a jugar una baza importante en esa confianza que ella tenía hacia el género humano. Se besaron y acariciaron largamente. Y aunque sus cuerpos ya no eran jóvenes, gozaron con ellos como si lo fueran, pues sus espíritus sin erosión los animaban sin trabas.

   Y Merdik Lamaret, tras hacer el amor con su Johanna, confesó que su mente estaba cautiva por las cadenas de los últimos acontecimientos.

-No te preocupes, cariño, volverás a pensar sólo en mí.

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   -¡Está hecho!- dijo el mayor Seedus a Zander, su ayuda de cámara.

   -Le felicito, señor. El almirante Kras y el vicegobernador Enriequet no deben caber en sus cuerpos de gozo.

   -¡Póngame en comunicación con el presidente del planeta!

   En la gran pantalla tridimensional, un rostro deforme increpa en una lengua ininteligible para todos los humanos que se hallan en el puente de mando del crucero estelar.

   -Le ruego utilice la lengua confederativa.

   -¡Maldito sea!- la lengua familiar contiene la misma carga de furia que la haleutiana-. Mayor Seedus, le exijo una explicación. ¿Qué autoridad se le permite a usted?

   -Estoy dispuesto a hacerlo oficial cuando le comunique a usted mis condiciones para su rendición.

   -¿Qué rendición? ¡Increíble! No hemos mostrado ninguna resistencia porque usted sabe que no disponemos de ella. Somos un planeta desarmado y, por lo tanto, antibelicista. Siempre hemos obrado en paz. No comprendo pues en nombre de quién y por qué actúa de este modo.

   -A la autoridad suprema en funciones de Haleute: Comunico a las 10:53 AM, en huso horario unificado, del 8 de mayo del 3122, según calendario terráqueo integrado, que doscientas treinta y seis unidades de combate orbitan su exosfera en acción de bloqueo. Se exige a la autoridad suprema en funciones de Haleute que coopere con el mando operativo de la fuerza de aislamiento representada por el Mayor Thomas Seedus, Comandante Ejecutivo, si no desea se tomen en cuenta otras acciones disuasivas. Fin de la emisión.

   La imagen distorsionada del Secretario Zander desaparece a la vista del vicegobernador del planeta Haleute. Un grito de rabia desdibuja aún más los rasgos del rostro de Visentras. Pocas veces ha tenido que recurrir a este sentimiento, pues en un mundo de paz no está justificado. Colérico por el trato que ha recibido, no cae en la cuenta de que quizás se esté repitiendo la misma escena en otros tantos sectores de la Confederación. Y no se equivocaría.

JAMÁS Y SIEMPRE A LA VEZ. PRIMERA PARTE. CAPÍTULO 6

PRIMERA PARTE

 VI

   -¡Teletransmita!

   -A la orden, señor.

   En la pantalla holográfica, un rostro mostraba quebranto.

   -¡Mierda! Seedus, tengo malas noticias. Lamaret es un viejo zorro. Ha repelido el ataque frontal de Pee. No va a reducir producción ni exportación.

   -¿Cómo lo sabe?

   -Filtraciones.

   -¿Qué clase de filtraciones, almirante?

   -De toda confianza- Kras intimida, no se deja intimidar.

   -¿Y qué dicen sus fuentes? Si me permite preguntárselo.

   -Dentro de tres cuartos de hora, reunión secreta, supuestamente, claro está, de ciertos valores de la Confederación, para tratar el problema de la deshidratación de la Tierra.

   Seedus no puede por menos que reflexionar sobre todo el cúmulo de casualidades que han hecho esgrimir acciones en la misma dirección a hombres que ni siquiera se conocen.

   -¿Sabe algo más, almirante?

   -No, solamente le aviso que se mantenga alerta.

   -Por supuesto, señor. ¿Y qué se decide sobre nuestros proyectos?

   -¿He sugerido algo nuevo?

   -No.

   -Entonces, lo que tenga que ser, será. Sigamos adelante.

JAMÁS Y SIEMPRE A LA VEZ. PRIMERA PARTE. CAPÍTULO 4

PRIMERA PARTE

IV

-Cinco, cuatro, tres, dos, uno. ¡Ya! Cinco- cuatro- tres- dos- uno. ¡Ya! Cincocuatrotresdosuno, ¡ya! 

Los golpes, aunque esperados, sorprendían por su rapidez y eficacia. A veces pensaba que el entrenamiento era demasiado duro y que, con su experiencia, podría prescindir de los ejercicios de acondicionamiento. 

El moverse entre tantos mundos de una manera continua, le provocaba problemas con su densidad interna y con las gravedades externas. 

-Cinco, cuatro, tres, dos, uno. ¡Ya! 

Hasta recibir el imperativo final, el SINDRA se reservaba muy mucho de mover su brazo izquierdo y dirigir el tallo de caña petrificado hacia la cara del mayor Seedus. Si lo hubiera hecho antes de tiempo, sabría que el castigo era irrevocable, pues él no era imprescindible. Hubiera sido sustituido al momento por otro autómata programado para la preparación física del militar. 

El viejo ritual de sudar a voluntad encerrado en vapores, seguía siendo instituido para lograr una aceptable respuesta del binomio mente-cuerpo. El preventivo posterior del baño helado daba excitación a la puesta a punto del aparato muscular, y eran envidiables las ganas de actividad febril que despertaba en los que se lo autoimponían. 

Un desayuno rico en proteínas completaba el enfrentamiento a un nuevo día. Aunque en este caso, el día era únicamente aludido por los aparatos de temporalidad, ya que el crucero sideral navegaba en un negro vacío. El próximo lucero aparecería reflejado en el pulimentado casco de la nave nada más salir del hiperespacio al que estaban sometidos los tripulantes del Montgomery. 

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Espaciopuerto de Zemos, uno de los núcleos urbanos más habitados del Planeta Enlacer. 

Una carga muy especial viene a bordo del siguiente convoy espacial. Su origen, la Tierra. Su modalidad, Mayor de las Fuerzas Especiales de Pacificación VENUSI y vicepresidente en funciones de Incógnita. Su nombre, Thomas Seedus. Su misión, desconocida. 

La gran plataforma sobre la que se ha posado la inmensa mole Montgomery, desciende lentamente por el hueco antigravedad. Cuando se interna a cien metros de la superficie, cesa el movimiento. Con un aspecto sublime, el humano se dirige hacia la salida más cercana. 

Totalmente de incógnito, atraviesa la Avenida América, llamada así en honor del penúltimo submundo descubierto en la Tierra, llega a la Pla Stu, lugar de encuentro de los jóvenes de la ciudad, y termina su recorrido en la zona residencial de Landas, la élite de los habitantes de Zemos. Cuando llega a su destino, se siente azorado, el corazón le late mucho más deprisa de lo normal y la respiración empieza a entrecortarse. Tiene miedo. 

La mansión contiene claras referencias a la forma de vivir de los terráqueos de antaño. Su estilo victoriano denota el gusto por lo exquisito del dueño y constructor. Pero esto es secundario. 

-Señor Seedus, le estábamos esperando. 

Acompañado por el pequeño ser que le ha dado la bienvenida, se introduce en un largo corredor de paredes cristalinas. Aunque andan a una velocidad castrense, logra atisbar unas formas rectangulares que aparecen adheridas a ambos lados: son cuadros. Su ignorancia sobre cualquier tipo de arte se transforma en asombro. Cuando desembocan en algo que asemeja un cicloinvernadero, el humano se queda a solas con cientos de vegetales. Tras varios minutos de interrogantes, sus pensamientos quedan turbados por otra presencia no humana. Sin embargo, él la reconoce. 

-Almirante Kras, ¡cuánto me alegro de verle! 

-¿Cómo ha transcurrido el viaje? 

-Sin novedades destacables, señor- logrando reprimir la excitación. 

-¿Y su paseo hasta aquí desde el espaciopuerto? 

-Perfecto. Gracias por su interés. 

En una breve pausa, Seedus parece inspeccionar el lugar en que transcurre la conversación. 

-¿Es un experimento? 

-¿Qué le parece mi planta de oxigenación natural?- por primera vez, la sonrisa aparece en su parco semblante-. Acompáñeme a mi estudio. 

Tras los pasos del almirante, los suyos le colocan en una senda de la selva semiartificial que se extiende cien metros. Antes de ingresar en una habitación sin ventanas y con una única entrada-salida al exterior, no puede dejar de echar una última ojeada al gran conjunto verde. Están en el reino de Kras. Éste indica un asiento, especie de trono propio de un monarca del Medioevo terrestre. Kras se sienta frente a él en una réplica exacta del sillón que ocupa Seedus. El corto espacio que los separa, está ocupado por un monitor bicilíndrico. 

-Vayamos al meollo de la cuestión por la que le he emplazado aquí: Parece ser que no hay resultados patentes en las negociaciones. 

Las mandíbulas apretadas sugieren tensión en la cara del mayor. 

-Parece como si hubiera una suerte de impotencia general ante los problemas que aquejan a gran parte de la Confederación. Creo que tenemos que… ¡Tenemos que proceder inmediatamente o si no el futuro de la Unión abarcará un corto, pero que muy corto plazo! 

-¡Cualquier exportación debe ser inutilizada!- pareciera que los ojos de Seedus se fueran a salir de sus cuencas. 

-Perfecto, pensamiento ágil- una gran carcajada se deja escapar de su boca. 

-No se burle, almirante. ¿Y cuándo…? 

La respuesta completa a la pregunta interrumpida, es tajante. 

-¡Ya! ¡Ya! ¡Ya!