PRIMERA PARTE
XIII
Sobre el único árbol en veinte kilómetros a la redonda, el dirigible se balanceaba al vaivén de los vientos. La herencia de su bitatarabuelo se había comportado magníficamente durante todo el trayecto, y no había sentido que hubiera nada que envidiar a los pilotos que se hallaban sobre su cabeza a kilómetros de altura, en aquellos dirigidos autopropulsados por energía atómica residual.
Los paisajes que había visto eran indescriptibles. Se había sentido dueño de aquel mundo. Lo había sobrevolado lenta, muy lentamente, tanto que le había dado tiempo a fijarse en los detalles que siempre había pasado por alto: las plantas bioacumulativas de plancton, los regeneradores de energía eólica, los inmensos tanques cuadrangulares de agua. Los bosques, las pocas ciudades superficiales, los espaciopuertos de las periferias rurales. Había saboreado ocularmente palmo a palmo cada uno de los arcos circulares que habían coincidido con su rumbo. Y ahora estaba allí, atado a las ramas de un árbol, haciendo descender la escalerilla para posar sus pies sobre seguro.
Cuando el sol refulgió sobre su figura, cualquier hombre hubiera girado la cabeza ante aquel asombro de curvas. Un koatar se deslizó por el cabo de fijación y ella mostró sus carnosos labios que poco a poco fueron dilatándose hasta destapar el regalo de blancura marfileña. Se sentía gozosa de la vida.
-Merdik, estás ya aquí.
-Me alegro de que así sea.
La cogió de la mano y no pudo evitar fijarse en sus largas y esbeltas piernas. El tacón que las sustentaba se introducía en la virginal tierra y dejaba la sensación momentánea de una disminución de estatura. Él sonreía ante el engaño visual.
-Shainapr, tengo algo que decirte.
-Dímelo sin pararte. Antes que caiga la noche tenemos que llegar al refugio.
-Shainapr, sé que tienes algo para mí.
La luminaria llegaba a su ocaso cuando cruzaron el umbral de la pirámide romboidal que los protegería de las instantáneas microcalorías ambientales del exterior.
-Está lloviendo, Merdik.
-No, creo que no es lluvia- él sonreía a cada caricia visual femenina.
Chasquidos electrostáticos confundían los audifiltrantes acoplados a los temporales.
-Dime lo que me tienes que decir, y ámame.
-No es posible aún.
-Me horroriza pensar que me estás torturando con toda la intención.
-¿Qué te hace pensar así?
El hombre la miró a los ojos, y su concentración en las pupilas verdiazuladas le hizo desdibujar las agradables líneas faciales hasta difuminar mentalmente el volumen craneal que tenía delante. Las pupilas ocupaban su campo visual y los sentidos se abalanzaron sobre él.
Millones de cuerpos geométricos luminosos de micras cúbicas de volumen abarcaban la oscuridad de su pantalla mental. El espíritu se le fue por segundos y cuando quiso darse cuenta de que no controlaba aquella situación, era demasiado tarde. O quizá, demasiado pronto.
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-¿Qué hora es?
-Señor, veinte horas unificadas.
-¿De qué día, VESTIC?
-Señor, ¿qué?
-Se ha vuelto a ir, ¿no?
-¿Quién, señor?
-Respóndeme.
Dando prioridad a la primera pregunta formulada por su adoptador, el SINDRA respondió meticulosamente.
-7 de Agosto del año integrado de 3123.
-No es posible.
-Lo es, señor. Estoy totalmente seguro. Me jugaría mi desconexión y posterior reprogramación.
-VESTIC, por favor, déjame a solas.
-Señor, sabe que nunca puede estar a solas. La puerta está vigilada.
********************************************************************************************** Había intuido claramente que algo iba a suceder. Entendía que todos los avisos extraños que asaltaron de continuo su mente en este último período crítico de su vida, eran la antesala del fin total. Por eso, algo le decía que tenía que prepararse para lo que fuera a suceder.
Desde la última vez que soñó con Shainapr, se dijo a sí mismo que deseaba continuar esa relación ficticia. Le intrigaba la razón de los mensajes enigmáticos que ella le transmitía. Cuál era la relación con su existencia.
La meditación intraholística le ayudaba a conocerse a sí mismo y, por medio de ese descubrirse continuo, alcanzar a comprender el Cosmos en el que estaba inmerso.
Sin embargo, hoy, cuando despidió al SINDRA de servicios básicos personales, se dijo que deseaba morir. Estaba claro que le iban a tener de por vida entre bastidores. Su figura efímera no necesitaba de un cargo efímero para ver que era prescindible. Ya hastiado de verse impotente, aquella noche decidió morir. Y resurgió la infinita pena por no poder ver de nuevo a su esposa, sin haber tenido la posibilidad de despedirse de ella, de descargarle de la angustia que estaría sufriendo desde que le hicieran saber la nueva situación. Y la infinita pena por saber que ésta nunca cambiaría. Así pues, se autoconvenció de que ella comprendería.
Era aún temprano para acostarse, pero la desesperanza de un nuevo día justificaba que no esperara a agotar las últimas horas del que estaba en curso todavía. Opacó los ventanales de su dormitorio y esperó.
La inferencia de que alguna señal derivaría en el cambio de estado espiritual, le tenía alerta.
Inspiró, espiró, inspiró, espiró. Se obsesionó por última vez con la respiración. Volvió a quedar fascinado con la visualización de su yo interno. Obvió que el siguiente paso le llevaría a la emersión de su espíritu. Cuando estaba ya dispuesto para integrarse en el vacío, y dejar su cuerpo adjudicado por entero al mundo material, sufrió el habitual shock del alma escapada.
–No, no es el momento, querido Merdik.
–Shainapr, ¿cómo tú aquí ahora?
-¡Eres luz!
Instantáneamente visualizó una potente luminiscencia que abarcaba todo su cuerpo etérico.
-¡Eres paz!
El corazón colapsó. Sin embargo, su mente seguía despierta y atenta a la dulce voz que le guiaba.
–Voy a morir, ¿no es cierto?
–No, no vas a abandonarlos aún. Eres importante para ellos y para nosotros.
-¿Para quiénes?
–Comprenderás en su momento. Ahora, concéntrate en tus latidos.
-¡No tengo!
–Sí, ¡escúchalos! Con atención.
Al fondo, muy al final de sus percepciones, escuchó de nuevo el ritmo de la vida. Pero, ¿eran suyos?
–Shainapr, no quiero morir. Reconozco que hace pocos segundos lo deseaba, pero ya no.
-¡Atento! Ya ves tu cuerpo allá abajo.
No era posible. Bueno, sí, lo era, pero no quería creerlo. Cuando antes lograba desembarazarse de su cuerpo, seguía sintiéndose a sí mismo. También antes había visto el continente de su espíritu como algo ajeno. Pero siempre se había sentido uno con él, con el invisible hilo del retorno. Ahora veía que la coraza que le había albergado no era ningún anclaje de su espíritu. Disociado.
–Concéntrate en la luz.
La luz. ¿Qué luz? ¡Oh! Ya la veía acercarse por rededor suyo y abrazarle. Viéndose envuelto por ella, se dio cuenta que aquella fuerza no era algo extraño. La luz era él y él era la luz.
–Shainapr, ayúdame a volver.
–Volverás, Merdik, no te preocupes. Pero en su justo momento.
–Tengo miedo.
–Ya no.
Era todo y nada. O por lo menos sus sensaciones le ligaban a ambos estados.
Merdik Lamaret tenía los ojos cerrados. La faz serena. Sus labios distendidos. Todo ello completaba una sonrisa de satisfacción.
Al día siguiente entraron en sus dependencias sin permiso, como siempre. Se sorprendieron de que a aquella hora el sujeto que las ocupaba no estuviera sentado, como siempre, junto a la lámina de suspensión, con su habitual dosis de jalea real. Los grandes muros transparentes volvieron a dejarse atravesar por los rayos matinales.
-¡Despiértele, VINHAM!
El androide obedeció automáticamente las ordenes. Rozó con su fría mano de cuatro dedos la frente que la postura decúbito supino le ofrecía. Ningún cambio.
-¡Déjeme a mí!
El jefe de grupo de retención separó a su ayudante. Acercó su cara a la de Lamaret, y no pudiendo reprimir su infundido odio hacia aquel enemigo potencial, escupió la orden conveniente.
-¡Señor, dentro de diez minutos debe estar dispuesto a recibir al cotejador de mapas genéticos!
No hubo respuesta. Decidió acercar el captador de anomalías a la sien derecha de aquella cabeza durmiente. Ante el inesperado veredicto, repitió la prueba con el hemisferio izquierdo.
-¡No es posible! ¡Debe de fallar algo! ¡Presidente! ¡Le ordeno que despierte y me acompañe! ¡Déjese de fingir!
-Señor, no finge. Creo que ha muerto hace exactamente cinco horas y treinta y ocho minutos.
-¿Quién le ha pedido opinión, VINHAM? ¡Maldito SINDRA!
-Señor, sólo me permito hablar de realidades. El ex-presidente Lamaret ha dejado de existir.
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-¿Llegaron a terminar su trabajo los genéticos?
-De cierto, señor.
-Entonces, que actúen inmediatamente. Les doy el plazo de un año. Ni más ni menos.
La comunicación hiperondas terminó. Quiso eternizar el placer de aquella reciente pérdida. El gozo que sentía sólo sería comparable al que dentro de pocos segundos sentiría su más fiel colaborador.
-¡Póngame con Incógnita! Prioridad cero.
El lapso transcurrido desde la última instrucción dada, le permitió dar una bocanada al aire viciado de la combustión que se realizaba al final de sus labios.
-Es celebración, señor. Doble celebración.
-Seedus, por fin tenemos el poder total.
-Almirante, ¿terminaron sus infundados temores?
-Sí, por supuesto.
-Entonces, acomódese en su trono.
-Pero no olvide. Sólo usted y yo sabemos. Las unidades que descubrieron el cuerpo y todos los que han manejado esa información hasta llegar a nosotros, orgánicos y no, han de ser inactivados.
-Lamaret ha muerto. ¡Viva Lamaret!