Cayendo en picado, entrando en barrena, los ciento veinticinco pasajeros rezaban todo lo que sabían, pues el tiempo se les agotaba a un ritmo trepidante.
Cuando el piloto logró, en el último momento, remontar el vuelo, algunos agradecieron el milagro a su respectivo dios.
Otros, sin embargo, cogieron el teléfono celular para llamar a sus seres queridos y cuando se dieron cuenta de que, obviamente, no tenían cobertura, maldijeron su suerte.
Jesús, nunca he sabido a ciencia cierta lo que tus historias hacen en mí; me sorprendes y me gusta lo que escribes porque deja una puerta abierta al pensamiento… al mío, siempre.