Los dedos índice y corazón de su diestra se engarfiaron en las cuencas oculares y las vació de su contenido. El alarido fue ensordecedor, pero no podía permitirse dejarse vencer por la lástima.
Y el siguiente paso sería completamente apocalíptico para su conciencia pues, sin retirar los dedos de las sangrantes cavidades, agudizó sus fuerzas y las convergió en sus extremidades superiores para cumplir su objetivo: La profanación.
La potencia muscular que había combinado en ambos dedos y en la mano que sustentaba la base occipital de la cabeza permitió que estos llegaran a tocar lo más sagrado de aquel ser que tenía bajo su dominio. Tocó el cerebro y lo desgarró con las duras y afiladas uñas. Y aró en una parte mínima de sus circunvoluciones. Y la muerte hizo presencia. Y las lágrimas hicieron presencia. Y se sintió sucio, y desvalido, y retiró con autodesprecio sus garras.
Desencajado, con los ojos desorbitados, contempló su cruenta obra.
Temió caer en el arrepentimiento, pero ya no había lugar para ese sentimiento: Había sido consciente de todo el proceso del asesinato, segundo a segundo, movimiento a movimiento.
Y perdió el conocimiento.
Y murió un poco. Solamente un poco.
Hola,
Te he nominado para el «Wonderful Award», creo que es una manera muy adecuada de promocionar nuestros blogs. Un saludo
http://automatismosdiarios.com/2014/09/21/wonderful-award-sildv/
me ha gustado la forma de contarlo
y el no arrepentimiento