Los dedos índice y corazón de su diestra se engarfiaron en las cuencas oculares y las vació de su contenido. El alarido fue ensordecedor, pero no podía permitirse dejarse vencer por la lástima.
Y el siguiente paso sería completamente apocalíptico para su conciencia pues, sin retirar los dedos de las sangrantes cavidades, agudizó sus fuerzas y las convergió en sus extremidades superiores para cumplir su objetivo: La profanación.
La potencia muscular que había combinado en ambos dedos y en la mano que sustentaba la base occipital de la cabeza permitió que estos llegaran a tocar lo más sagrado de aquel ser que tenía bajo su dominio. Tocó el cerebro y lo desgarró con las duras y afiladas uñas. Y aró en una parte mínima de sus circunvoluciones. Y la muerte hizo presencia. Y las lágrimas hicieron presencia. Y se sintió sucio, y desvalido, y retiró con autodesprecio sus garras.
Desencajado, con los ojos desorbitados, contempló su cruenta obra.
Temió caer en el arrepentimiento, pero ya no había lugar para ese sentimiento: Había sido consciente de todo el proceso del asesinato, segundo a segundo, movimiento a movimiento.
Y perdió el conocimiento.
Y murió un poco. Solamente un poco.

Hola,
Te he nominado para el «Wonderful Award», creo que es una manera muy adecuada de promocionar nuestros blogs. Un saludo
me ha gustado la forma de contarlo
y el no arrepentimiento