La muerte corta

El despertar de cada mañana era horrible.
Tenía la sensación de que sería el último día de su vida. Y por eso se quedaba en la cama, después de apagar la alarma del despertador, unos minutos más, deshaciendo la postura fetal, acostumbrándose a resucitar de la muerte corta que había sido el sueño, notando cómo le asaltaba la lucidez para enfrentar la nueva jornada.
Soportando el choque mental que suponía observar su cara en el espejo del cuarto de baño, segundos antes de mojarla con el agua helada, reaccionando, con incredulidad, al primer escalofrío que recorría su aletargado cuerpo.
Y se vestía, con parsimonia, atento al placer que le producía el roce de las telas con su piel, para llevárselo consigo en su registro conceptual de las cosas buenas de la vida.

Fotografía de Archimaldito

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