Volvió a sus dominios, junto a su abuela, donde meses atrás dejó crecer un árbol del «elixir para regalar». Estrujó a su único familiar vivo contra sí y le juró y perjuró que volvería a intentar sembrar la paz en las mentes. La abuela, sabedora de la naturaleza de su nieto, abrazó también para sí aquel cuerpo al que se había acostumbrado tras su reencuentro.
-Abuela, quiero acostarme.
-Pero ¡hijo!, quédate un rato hablando conmigo. Acabas de llegar y no me has dado ni un beso.
-Abuela, no te preocupes. Sólo estoy cansado.
-Pero hijo, te encuentro desmejorado, noto que sufres.
-Abuela, debes prepararte: Se acercan tiempos de sufrimiento.