Estaba seguro de que la sorprendería con aquel regalo. Nervioso como un colegial, se quedó parado, frente a su puerta, en aquel quinto piso sin ascensor.
Pensó que prefería llamar con los nudillos, en lugar del escandaloso timbre, para dar más emoción al asunto.
Cuando estaba a punto de concentrarse en esos golpes de hueso, ella abrió la puerta.
Y se esfumó toda la ilusión.