Premonición

   Los niños presentían con sus siete sentidos lo que estaba a punto de ocurrir. Era una pena que a medida que iban madurando en edad biológica y cognoscitiva, la mitad de las sensaciones se fueran nublando. Por eso se aprovechaba esta ventaja infantil al máximo en todas las variedades del saber. Se daba por cierto que los hogares con niños eran pequeños mundos con suerte.

El desintegrador de residuos funcionaba a la perfección. Anushka lo manejaba con destreza. Era una cuestión de familiaridad con las nuevas tecnologías, que dejaban paso continuamente a nuevos métodos de aprovechamiento al límite de lo que la Naturaleza ofrecía al hombre. El viejo axioma de que la materia ni se crea ni se destruye había dado lugar a que surgiera alguien que lo desmintiera.

Tras terminar con sus tareas domésticas, se dirigió al cuarto de su hijo. Y creyó que ocurría lo peor. El niño, aunque continuaba con los ojos cerrados, tenía el cuerpo encharcado en sudor y los oídos sangrantes. Intentó despertarle pero no lo logró. No tuvo más remedio que acercar el captador de anomalías fisiológicas a la frente del niño. Respiró con satisfacción. No estaba enfermo. No sufría ataque alguno. Era la tarifa que tenía que pagar por sus dones de clarividencia.

Esperó a que remitiera la sangración y que se empapara de sudor el paño que iba aplicando sobre el cuerpo menudo de Insavik. Después, tocó su hombro y los párpados recogidos mostraron dos globos oculares manchados de un azul de cielo. Y como si ese cielo contuviera una tormenta de verano, dos regueros de lágrimas se dejaron caer por la inocente carita.

Anushka preguntó. Insavik respondió. Anushka no quiso escuchar.

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