III
Hoy, Día 2.
Se nos llevó a un lugar llamado La Catedral, donde altas y robustas columnas apuntalaban un escenario único en el que cientos de focos de luz eran sintonizados en una suerte de horno de convencimiento, y acabamos sentados en interminables hileras de escabeles de aluminio, lo que nos llevaba a apoyar nuestras manos sobre las prominentes rótulas, dándonos el aire de apaciguamiento, uniformidad y servilismo que nuestros instructores buscaban mostrar a su superior, ese alguien invisible en las sombras y al que supe llamaban Gran Jefe.
Mirando a ambos lados de mi cara, creí ver que se multirrepetía mi gesto, y aunque la realidad se ceñía a un eco fáctico, el trasfondo de aquella acción englobaba el efecto de la red funcional a la que todos estábamos enlazados. Una cimbreante sonda les traspasaba el cráneo, y yo, como actor de aquel eco fáctico, debía de estar sufriendo la misma táctica en el mío.
Semiencogidos, y asaltados nuestros pensamientos, fuimos aleccionados con lo que se esperaba de nosotros. Los datos matemáticos, ideográficos, abstractos en definitiva, iban siendo trasvasados a nuestros bancos e íbamos siendo puestos en antecedentes sobre nuestra misión.
El ambiente de La Catedral me era extraño. El silencio era roto a veces por un difuminado ronroneo, y la frialdad desatada por la temperatura de la luz, que daba a todo un color verdoso, me colocaba en un estado de aislamiento difícil de calibrar. Allí, acompañado por una multitud que era una conmigo, decidí indagar en el porqué de mi entidad, y el colectivo robótico al que estaba enlazado me dio su respuesta.
Debía de estar pasando lo mismo por la mente de más como yo, pues la solución a los enigmas no fue individualizada.
No sé cuál debía ser el ceremonial de mis puertas neuronales, pero sé que las redes corticales de mi sistema fueron estimuladas por el hipocampo, y mi memoria antigua se reactivó, embarcándome en la aventura de mi nacimiento, el primigenio, de mi faceta como ekstrim, piloto visionario, y de la súbita erradicación de mis actividades y el reingreso en la oscuridad mental.
Fue el desarrollo de la neurona de silicio lo que llevó a los tecnólogos a elucubrar sobre las posibilidades del recubrimiento orgánico del titanio y la combinación de aparatos locomotores artificiales con réplicas musculares, de los sistemas vitales reestructurados con tecnologías microinformáticas y con la genética del carbono.
Soy el fruto de una pirueta. La que un colectivo de pioneros realizó con el sistema nervioso y el cerebro: microcircuitos integrados instalados en caldos biológicos de máxima complejidad en los solapamientos químicos, dando lugar a los biochips moleculares que habitan en mi encéfalo.
Fue la única salida válida al sinsentido de las mutaciones que se fueron instituyendo en la especie humana debido a la osadía de la biónica.
Es curioso, casi podría afirmar que mi padre es un hombre hecho monstruo: el cibernauta, el cyborg astronáutico.
Mientras que el contenido de información histórica saciaba mi sed indagatoria, la sensación de alienación se potenció cuando percibí la presencia de El Creador.
La raza humana quiso dejar de ser planetaria y se lanzó a ser una malformación espacial: el hombre creó al superhombre, al cibernauta, mediante manipulaciones en su genotipo que, obviamente, se hicieron hereditarias. Y el objetivo no justificó aquellos medios. La ética ganó aquella jugada.
El Creador informó al Gran Jefe del riesgo que detectaba en aquella gran masa cibernética de un desliz no aislable e ilocalizable. Recriminó duramente sobre la ligereza de los últimos controles de calidad. Se habían relajado en la selección y era incuestionable que se había producido la filtración de un espécimen no deseado que podía infectar al resto creando una masa crítica de inmanejables.
Siguió bullendo la autoindagación con el flash de la idealización del primer servidor no humano.
De basta construcción pero de indudable funcionalidad. Aquél era el primer eslabón en una cadena de éxitos exploratorios que llevaría al ser humano a salir de su encierro planetario. Los servidores irían ampliando los confines del Universo conocido y los humanos irían asentándose en todos los mundos geoafines.
Chocó brutalmente, avasallando a través de la sonda intracraneal y fue ganando terreno sobre la corriente de autoconsciencia. La vacuna, una vez asimilada, igualaría todos los estados corticales de los conectados. El Creador había creído aplastar los análisis críticos de sus súbditos. Pero antes de silenciar completamente al hereje, un pensamiento escapó de entre los golpes del ariete antivírico y se abalanzó contracorriente sobre la omnimente.
«Aún no sé que diferencia existe entre los ekstrim y nosotros. Ellos son fieles a su programación, independientes y enemigos de los humanos »
Misión adjudicada. Falsas apreciaciones anuladas.
« Nosotros, traidores.»
Cuando la sonda me abandonó, encendí los oculares y el eco fáctico se reanudó.
Las primeras filas habían sido evacuadas. Un orden preciso. La alineación, aplastante. Me preguntaba si los demás tenían aquellos pensamientos o era yo el único.
Un apretón de manos del que esperaba a la salida de La Catedral. El Gran Jefe me estudió severamente y sesgó, con esta deferencia, la fluidez de los que me habían precedido y de los que me seguían. El Creador le había abandonado físicamente. Me susurró al oído izquierdo, rompiendo el protocolo, para que los demás no escucharan.
-Modales extraños los tuyos.
Fue en ese preciso momento cuando me di cuenta de que yo era, y no otro, la comprometedora y comprometida manzana podrida.
Hoy, Día 2, Focodeluz.