No había solución más extrema que la aniquilación de los que ostentaban el poder.
No cejaría en el empeño de verlos a todos muertos.
La Élite terminaría fagocitándose a sí misma.
Y respiraría el mundo. El mío. El de todos. Y los derechos serían hechos.
Porque todos serían iguales.
Menos yo.
Porque cargaría sobre mi conciencia la exterminación de la ralea inverosímil.
Y pensando, en un nanosegundo, en todo ello, me costaba respirar.