Samwel Aesequial le cacheteaba y el no volvía en sí. Cuando cayó desmayado, temió el peligro, y cargó el cuerpo a sus espaldas. Hasta que acudiera en su auxilio el androide demandado; entonces, lo transportarían sus incansables brazos. Y fue tendido, cuando, de pronto, empezó a recuperar las consciencia.
-Samwel, álzate y ayúdame a incorporarme.
Así se hizo, y se midieron ambos por el mismo rasero de sus ojos. Ojos límpidos, que fulguraban con un nuevo brillo.
La candidez especulaba con la humildad y Aesequial no pudo resistirla en aquella intensidad. Volvió a la genuflexión, y, mientras hablaba, no osó retornar a aquellos ojos.
– Mis androides serán tus apóstoles, con los que resurgirá un nuevo amanecer, para los que se hallan en la oscuridad.
-¡Samwel! ¿Y si no quiero ser parte de esto?
Procurando que no se notara su sarcasmo, Samwel Aesequial dejó escapar una risita de complacencia.
-Te pido que llegues, por Ti mismo, al conocimiento. Quien tuvo yerro una vez, puede tenerlo dos veces, ¡y más! si busca la perfección. ¡Maestro! ¡Sólo por ello resucitaste!
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Y dijeron que volvió El Cristo, tal como se le oyó predecir en el confín de los tiempos.
Y dijeron que tentó, que rescató, que encamino, que alumbró, que emocionó, que desligó, que alió, que axiomatizó, que cismó, que curó, que perdonó, que perdonó, que perdonó…
Mas sigue entre nosotros, sirviéndose de los inmortales para atraer a los mortales y darles el edén prometido.
La Bigalaxia es testigo de lo narrado. La Bigalaxia, corpúsculo en el Universo, simiente del poder.