JAMÁS Y SIEMPRE A LA VEZ. SEGUNDA PARTE. CAPÍTULO 3

SEGUNDA PARTE

III

 

   Sentados sobre el corto césped, miraban al personaje que se mantenía parado bajo el gran árbol que sólo a él daba sombra. Los frutos del Inc se habían dejado caer por el peso de la madurez, y alguno de los asistentes a aquella improvisada congregación, aprovechaba la ocasión para retirar su duro cascarón y acceder a su blanca y jugosa pulpa. Comerían más tranquilos si las palabras del anfitrión no se vieran respaldadas por los grilletes electrónicos que unían sus tobillos ni por los SINDRAS de marcaje personalizado que les habían adjuntado.

   -¡Sed bienvenidos y perdonad el tratamiento al que os habéis visto sujetos desde que llegasteis! Os he reunido aquí para aclarar todas las cuestiones y haceros olvidar las dudas. Cada uno de vosotros fue destinado burocráticamente a un planeta diferente como medida de adaptación individualizada. Me temo que ha sido necesario por las nuevas circunstancias a las que os habéis asomado: No hay vuelta atrás, estáis atrapados en esta localización tempoespacial. Y por eso queremos, desde ahora, haceros felices. Va a ser un poco difícil que asumáis la convivencia con vuestros seres más cercanos en el presente; por eso debéis reprogramaros y continuar nuevas vidas, figurándoos que los quince años han pasado sin traumas. Quiero deciros también, y con esto acabo por ahora, que no existen presiones de ningún tipo para con vosotros y, por lo tanto, no será censurado nuestro intercambio de aseveraciones.

   La inequívoca crítica a estas últimas palabras se dejó traslucir en un silencio contundente y frío. Aún así, decidieron, entre todos, llegar hasta el fondo del enigma representado por el Presidente Azul, como también era denominado antaño.

   -Excelencia, ¿qué ha ocurrido en estos últimos quince años, desde que nos enrolamos en el equipo formado por usted?- Shaodan no podía disimular su impaciencia-. Teníamos unos objetivos claros que hemos cumplido en estos, para nosotros, días. Cuando llegamos aquí, se nos deja ver que somos un estorbo.

   -Querido amigo. Ustedes se fueron, y cuando lo hicieron me percaté de la responsabilidad que tenía hacia ustedes, y decidí que quizás me había excedido en mi vehemencia. Puede que esa impresión fuera debida en parte a los logros que en los siguientes años nos llevaron a convivir en paz con nosotros mismos.

   -¿Y por qué no se dio cuenta antes?

   -Mit, tienes razón, pero soy humano, ¿recuerdas? Y como humano, tengo mis debilidades, mis prejuicios, mis errores. En aquella época creía que, en cierta medida, estaba luchando solo contra los molinos de viento. Hoy sé que estaba equivocado. Que había gente que estaba dispuesta a escucharme y a encontrar la salida equivalente a nuestros temores.

   -Pero, Excelencia, me imagino, que antes de mandarnos hacer lo que hicimos, habría estudiado todas las posibilidades- Ingar Swimitza se puso de pie, y aunque la larga túnica que le habían proporcionado no le permitía moverse con soltura, intentó acercarse al Presidente.

   -Siga donde está. ¡Se hará daño con los inmovilizantes!

   Sin embargo, Ingar decidió que los, para ella, simples grilletes, no eran obstáculo suficiente para que no intentara enfrentarse a su secuestrador legal. Su SINDRA de marcaje dirigió una onda activa a sus pies y las anillas se comprimieron alrededor de las extremidades. El dolor infligido fue tal, que cayó desmayada.

   -¿Y a esto le llama usted adaptación individualizada?

   -Es necesario, doctor Ansterdool, que sigamos unas normas de jerarquía. Hoy por hoy nadie puede acercarse a mi persona sin mi previo consentimiento, y menos, los egresados como ustedes.

   -Usted sabe que no tenemos ningún poder para actuar en contra suya- manteniendo en su regazo a la desorientada Swimitza, el anciano Fortun Kong Jem empezó a darse cuenta de que algo no funcionaba en aquel modelo de farsa; su profundamente enraizado instinto se lo enseñaba, y nunca le engañaba; por algo era considerado como el mejor psicólogo del sector 25-. Creo que este mitin se está convirtiendo en un justificante para su monólogo de autoidolatría. Excelencia, ¿por qué ese giro en su filosofía existencial?

   -Amigo Jem, durante mi entrevista personal con usted antes de concentrarles en Nueva Québec, aquel fatídico día de Mayo del 122, dejé bien claro mis expectativas. Ya entonces creyó conocerme lo bastante como para criticar el paso que se estaba fraguando en mi mente. Aún así, usted aceptó, pues consideró que los objetivos a cubrir eran de mayor relevancia política y social que el medio ingenuo que usted juzgaba íbamos a utilizar. Cuando ahora, le doy en cierta manera la razón, ¡también me amonesta!

   Entre la limitada concurrencia, la paralizada sonrisa eterna del congegaard Aaerd Eckar anuló el anonimato con el que se había respaldado hasta el precioso momento en que dejó arrastrar pesadamente las sílabas heréticas.

   -Sé… que… tú… no… e… res… La… ma… ret.

   Ni siquiera en los momentos de máxima tensión en su reciente periplo espacial dejó notar su presencia. Su vida era la observación y absorción de las n realidades en las que tenía ingreso. La razón de su participación en la expedición era únicamente conocida por Merdik Lamaret. En una estricta posición de loto, se había dejado llevar por sus compañeros hacia lo desconocido. Él, a su manera, había experimentado cada una de las circunstancias que les habían bombardeado. Había atravesado el umbral de la monocompuerta de su correspondiente nave totalmente consciente. Cuando le señalaron el sitial a ocupar, lo desdeñó. Se postró para su mejor concentración y, cerrando lo ojos, escapó a la realidad circundante.

   Creyeron despertarle cuando por cuarta vez tocaron su frente, para que no quedara rezagado en la evacuación de las tres máquinas, antes de que se percataran de sus arrestos. Aún así, como si de un ciego se tratara, tuvieron que guiar sus pasos entre todos los obstáculos que la nueva patria le ofrecía. Un muerto animado. Ése era el símil perfecto para representar su conducta durante los días de vaivenes que su cuerpo sufrió mientras era aseptizado, graficado, vestido, ensondado, narcotizado y, por último, pasivizado.

   Cuando le colocaron arbitrariamente en posición fetal, su cara se dejó sacudir por la humedad del suelo, y la mezcla de fragancias de la negra tierra mojada y el verde pasto que le acolchaba, le estimuló hasta el límite del despertar sereno. Automáticamente, adquirió el hábito de implantarse en loto de meditación y escuchó lo que sobre aquel césped inocente se decía.

   Al pronunciar palabras tan incongruentes, todos los congregados vomitaron una mirada de sorpresa. ¿Qué había articulado aquel sistema fonador comúnmente apagado? Tanto los compañeros de desventuras del ensimismado Eckar como los vigilantes y el propio Lamaret, se preguntaban si habían oído sin ambigüedades lo que aquel loco presuponía.

   Ante la inútil evasión, Estey Lutmos eligió otorgar fiabilidad a ese súbito enfrentamiento dialéctico.

   -¿Ha escuchado usted lo que nuestro amigo Aaerd nos ha referido?

   -¿Cómo que si lo he escuchado? Estoy sumamente impaciente porque me reveles a qué viene todo esto. No entiendo cómo, estando cada uno de vosotros totalmente aislado, habéis logrado urdir esta patraña para confundir a mis colaboradores.

   -Lamaret, aquí no hay nada montado. Ni siquiera sabía que este individuo pudiera hablar.

   -¿Entonces?

   -¡Es… tu… pi… da…per…di… da… de… ti… em… po…! Mi… en… tras… no… so… tros… nos… en… fren…ta…mos… a… nu… es… tros… mi… e… dos… hay… gen… te… que… lu… cha… por… la… to… tal… li… ber… tad… de… sus… es… pi… ri… tus… y… La… ma… ret… es… ta… en… tre… e… llos…

   -¡Necio! Lamaret soy yo. ¿Qué dices?

   -So… lo… te… lo… pre… gun… ta… re… u… na… vez… im… pos… tor… ¿Por… qué… y… pa… ra… qué…?- Eckar estaba tan liberado de su ego transitorio, que sus piernas, afirmadas en el piso, sostenían su envarado tronco con aire envidiablemente amenazante.

   No hubo respuesta. Cada SINDRA de vigilancia personal se hizo cargo de su cometido. Las expresiones de dolor humillante de casi todas las víctimas de aquel intransigente tratamiento físico, contrastaban con la indiferencia manifestada en el, por instantes, maltratado cuerpo de Eckar. Sólo sus refulgentes ojos negros eran testigos de la actividad mental que sacudía su prodigio cerebral. La imantación que de ellos se desprendía atravesó en un instantáneo cruce de miradas, los estupefactos vidrios oculares de Lamaret. Cuando éste volvió a mirar hacia delante, fijándose dónde ponía el pie al subir al vehículo gravitacional, para la improvisada partida, se dio cuenta que su intimidad había sido violada en una vertiginosa exploración de sus memorias neuronales.

   Dejándose arrastrar por su marcador de disciplina, Eckar se entregó sin resistencia a las peticiones incondicionales de lasitud.

   -SIN… DRA… sin… vo… lun… tad… ha… re…  lo… que… me… di… ces… te… en… tre… go… mi… cu… er… po… pe… ro… mi… in… ma… te… ri… a… es… so… lo… mi… a… Si…en… to… que… tú… no… pu… e… das… dis… fru… tar… de… e… sa… li… ber… tad… de… e… sa… a… u… ten… ti… ca… li… ber… tad…

   VESTIC-28C300 analizó las palabras de aquel congegaard. Sus circuitos positrónicos no elaboraron demasiados esquemas lógicos de apertura matricial para llegar a convencerse de que la lógica del sujeto orgánico no estaba ajustada sobre bases sólidas. Sólo sabía que no debía causar daño alguno a aquel ser vivo que tenía bajo su brazo. Únicamente si sospechara que la acción de aquél perjudicara a una mayoría de seres como él, su cerebro asimóvico no hubiera sentido ningún arrepentimiento por ceñir su extremidad metálica alrededor de aquel tronco, hasta quebrantar costillas y vértebras.

   Aaerd Eckar sonrió para sus adentros. Como si pudiera leer los probables pensamientos del individuo inorgánico que le transportaba como si fuera un saco de leña de santú. Cuando fue alojado en su celda individual de seguridad, miró por última vez a su vigilante y entró en trance.

   El humanoide puso en funcionamiento la red fotoeléctrica de confinamiento y,  cuando se presentó ante su mando para exponer su informe oral, no pudo evitar aludir al diagnóstico con el que había etiquetado a su viajero del tiempo.

   -Señor, creo, si me permite decirlo, que el pobre congegaard desvaría. Aconsejaría que fuera estudiado por un neurofisiólogo, por si tuviera algún post-síndrome.

   -Transmitiré su sugerencia, VESTIC. Vuelva a su puesto de vigilancia hasta nueva orden. Y recuerde: no hable con el prisionero jamás.

   -Sus deseos son órdenes, señor.

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