PRIMERA PARTE
XV
Los genéticos laboraron con precisión insultante en el cuerpo del finado. Lo más íntimo de aquél había sido desconsagrado por el bien de un objetivo fútil. El más nimio detalle de las coordenadas genéticas que estaban implantadas en los cromosomas que habían diferenciado a aquel ser humano de los demás, había sido estampado en un meticuloso mapa genético que serviría para clonar célula a célula un edificio orgánico que en toda su extensión sería la copia del genuino Merdik Lamaret.
-Doctor Nair, es sorprendente. Aún no consigo asimilar cómo puede mantenerse incorrupto el cuerpo. No hemos visto necesario mantener su conservación criogénica en ningún momento- dijo el doctor Vingenstein, mientras frotaba una y otra vez sus afinadas manos.
-Yo tampoco lo entiendo. Sin embargo, las órdenes del Almirante Kras han sido bien estrictas: Una vez que hallamos conseguido desarrollar tres clones a partir de la base de datos de la que disponemos, debemos deshacernos del testigo inerte de nuestros manejos- enarcó las cejas casi sin hacer demasiado caso a sus propias palabras.
El edificio que albergaba toda clase de experimentaciones vanguardistas en busca del porqué de la existencia de la vida, se hallaba localizado en las afueras de la populosa ciudad. Como casi todas las arquitecturas de este tipo, la altura se había tornado profundidad. A veinte metros bajo la capa humífera, el organismo vacío de Lamaret era trasladado a la sección de escanerización para ser transparente a los ojos de los que buscaban su momificación. Desde tiempos ancestrales, esta inquieta costumbre había sido desechada por no hallarle sentido tradicional de ninguna clase, ni social, ni religioso. Pocas veces se hacían excepciones: El individuo a tratar podía ser requerido para ulteriores intervenciones ante posibles contrariedades en el funcionamiento de sus clones. Se pensaba que más tarde o más temprano, el cuerpo se disgregaría.
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–Tengo una buena noticia que darte: Es el momento.
–No, ahora no. Aún no he descansado lo suficiente.
–No seas niño. Está dispuesto que sea ahora y debes cumplir los requerimientos.
-¿Qué debo hacer?
-¿Ves allá abajo tu cuerpo?
–Casi no lo distingo entre tanto artilugio.
–Debes apresurarte antes de que apliquen los ultrasonidos. En cuanto lleguen a profanar tu encéfalo, todo se acabó.
-¿Sigo siendo luz, Shainapr?
-¿Acaso lo has dudado en algún instante?
–No, sólo que tengo miedo de volver al enfrentamiento con ese mundo de allí abajo. Los otros no deben sacrificarse así.
-Sólo el que voluntariamente lo decida por Amor, así lo hará. Hay muchos que vuelven. Sé que tú has manifestado multitud de entregas a esta Humanidad.
–Sí, sólo por ellos lo haré. Cuando me expandí, vieron que mis sentimientos son auténticos.
-¿Qué sentimientos? Tú no tienes sentimientos aquí.
–Bueno, quise decir mi conciencia. Parte de la Conciencia. Shainapr, ¿qué destino me espera?
–El que tú te haces continuamente. Lo que ocurrió, ocurre y ocurrirá es resultado de ti como causa.
–Shainapr, ¿volveremos a vernos?
–Antes de lo que tú te piensas.
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-Doctor, ocurre algo extraño en el panel de seguimiento. Juraría que el destello se ha movido.
-Vingenstein, le he advertido que para estar en alerta debe conservarse puro.
-¡Doctor! Se ha vuelto a repetir. Los spins de acoplamiento subcutáneo han vuelto a variar su sentido. Le ruego que deje el espectrógrafo de barrido y atienda a estas señales.
El escéptico Miho Nair atendió la súplica del susceptible Vingenstein. Con paso decidido atravesó una amplia fracción del aséptico retículo especular que sustentaba equilibradamente el conjunto de enseres electrónicos que facilitaban sus labores indagatorias. Cuando se situó junto a su colega, no pudo dar crédito a lo que estaba presenciando.
-No es posible, Vingenstein. ¡Está muerto y bien muerto!
-Pero, doctor, vea que está recuperando sus funciones rectoras.
-Lo veo, pero no me puedo permitir aceptarlo. ¡Es algo contranatural!
-Nair, tranquilícese. Debe de existir alguna falla en el sistema de rastreo. Busquémosla y calmemos nuestros pánicos.
Él, todo luz, se precipitó sobre aquella materia inerte e incólume. La suspensión vibratoria cesó y, con el brusco cambio, buscó la ensambladura correcta. En nanosegundos, volvió a sentirse perceptible y percibido. La luz que había sido se desparramó entre las finas membranas acuosas de sus tejidos. Los hematíes volvieron a jugar con el oxígeno, y las neuronas chispeaban en una catarsis de las ramificaciones que conducían los pensamientos. El soplo vital estaba reanimando lo que en los instantes precedentes no fue más que un vacuo caparazón.
-¡Vingenstein, Vingenstein! Vea esto- los ojos del momificador se salían de sus cuencas-. ¡Se está moviendo!
Era cierto. Las córneas se dejaban ceñir por la fina capa epidérmica de los párpados y ¡se estaban moviendo anárquicamente! Como si aquel cuerpo no correspondiera a un muerto sino a un durmiente, las pestañas delataban actividad ocular.
De pronto, ambos pulgares se engarfiaron. El terror estaba personificado en Nair. Vingenstein observaba inquieto, pero no histérico. Cuando éste presionó la aorta y comprendió que la sangre empezaba a circular por los canales internos de aquel organismo, decidió actuar con el riesgo de cometer una irregularidad.
-¡No me deje solo con él!- gritó Nair.
-No le hará nada; tardará en reaccionar inteligentemente.
-¡Por eso mismo! ¿Y si es como un animal descerebrado? ¿Y si me ataca?
-Doctor Nair, ¡cálmese, por favor! Que cuando vengan los supervisores no le encuentren en este estado.
-Lo intentaré. Pero antes voy a inutilizar sus posibles movimientos.
Cuando dos argollas de titanio engancharon las muñecas de Lamaret e iban a ser insertadas en estrías de acoplamiento magnético, obligando a tener los brazos en cruz, una sonrisa deformó su estático rostro.
-¿Qué ocurre aquí?- fue lo primero que improvisó nada más renacer.
Nair, con la boca entreabierta, como embobado, observaba cómo el ex-presidente terráqueo se desasía de su monocadena. Observaba como huía despavorido su fiel colaborador, y asistía impasible al erguimiento y posterior acercamiento de lo que creía era un zombi. Salió de su letargo cuando tuvo el rostro de Lamaret frente al suyo.
-¿Quién es usted? ¡Explíqueme!
-¡No es cierto! Si la brujería no existe, ¿cómo puedes estar vivo?
-Ni yo mismo lo entiendo… aún. Sólo sé que lo estoy y que tengo muchas cosas que hacer, mucho tiempo que recuperar. ¿Dónde está la salida?
-No se mueva- la voz átona de un SINDRA delató la sorprendente respuesta de las fuerzas de seguridad del Complejo Fénix. Cuatro unidades estaban apostadas en la transparente compuerta de salida, convirtiéndola en una emboscada.
-¿Por qué me hacen esto? Únicamente quiero volver a contemplar el azul del cielo. De veras.
-Señor, le queremos vivo. No complique las cosas. Señor, ¿dónde está? ¿Cómo es posible? Rastreen la zona.
–Así, Merdik. Visualiza tus átomos y oblígalos a convertirse en energía.
–Shainapr, me será imposible escapar.
–No, Merdik, te integrarás a sus átomos y atravesarás sus estructuras como si fueran agua.
-Eso escapa a la razón. ¡Dios mío! Mis fibras se han mutado en dúctiles haces de energía. Me noto, pero no me veo.
–Tal como te dije. Además, ellos tampoco te ven. ¡Traspásalos!
El invisible Merdik se lanzó contra los parapetados androides. Y el fugaz contacto entre las moléculas orgánicas e inorgánicas tambaleó los bloques internos funcionales del individuo que sufría la estampida iónica. Después, la compuerta, las paredes, y hacia arriba en cada uno de los centímetros que lo separaba de la libertad y del eterno aire hialino.
-¡Estoy a solas conmigo mismo!
–Lo lograste, Merdik. No fue tan trágico, ¿verdad?
–Y ahora, ¿qué?
–Es bien fácil. Tienes, a partir de ahora, un don que te ha sido dado por Voluntad del Supremo porque tú eres la Voluntad del Supremo. Te ha sido dada esta oportunidad porque serás otro más de los innumerables instrumentos de la Voluntad.
–Shainapr, no entiendo muchas de las cosas que me dices.
-Merdik, es dado que así sea. Que… todavía no entiendas. Sólo te pido que sigas siendo tú mismo. Actúa como el mortal que eres.
-Si soy mortal, ¿por qué he vuelto a nacer?
-Merdik, nunca fuiste arrebatado por la muerte.
-Shainapr, ¿Shainapr? ¡¡Shainapr!!
Solo. Desorientado. Jurándose a sí mismo que éste sería el último manejo que haría de su facultad recientemente adquirida. Así pudo atravesar los kilómetros de vidrio, hormigón y metal que le separaban de la naturaleza de aquel país. La poca naturaleza que seguía inmaculada.
Decidió que debía partir hacia las montañas y buscar refugio.
Y empezar de nuevo.